Saxe-Fernández John
Publicado en América Latina.
4 de junio de 2004.
Preámbulo. La soberanía cubana versus la geopolítica imperial[i]
En 1959 y como uno de los resultados esenciales de la Revolución, se afianza y consolida la soberanía cubana. Las medidas adoptadas en torno al control y usufructo nacional de la riqueza, hasta entonces enajenada a empresas extranjeras, que van concretándose a lo largo del periodo revolucionario, representan un acontecimiento de primera magnitud en el ámbito nacional, regional y mundial. Su impacto en las relaciones cubano-estadounidenses será profundo, especialmente por la continuidad del endoso de la Revolución cubana a principios universales consagrados en el Derecho Internacional Público paralelamente con el rechazo expícito de Estados Unidos a tal normatividad y su adherencia a los lineamientos de la doctrina Monroe. Me refiero a la sistemática e histórica oposición de Washington a conceptos fundamentales, como el refrendado por la Asamblea General de las Naciones Unidas (resolución 2625 del 24 de octubre de 1970), en el que se declara la igualdad soberana de los Estados, la libre determinación de los pueblos y la obligación de todo Estado de no intervenir en los asuntos que no sean de su jurisdicción interna. Explícitamente se señala que ningún Estado puede aplicar o fomentar el uso de medidas económicas, políticas o de cualquier otra índole para coaccionar a otro Estado a fin de lograr que subordine el ejercicio de sus derechos soberanos y obtener de él ventajas. Todo Estado tiene el derecho inalienable de elegir su sistema político, económico, social y cultura, sin injerencia en ninguna forma, por parte de ningún otro Estado[ii].
Antes de proceder a ejemplificar algunos aspectos de la geopolítica estadounidense hacia Cuba, es necesario tener presente la relativa persistencia de la hostilidad estadounidense hacia la soberanía cubana, ya sea con presidentes republicanos de línea moderada (Eisenhower), de la nueva derecha (Reagan-Bush padre) o demócratas, populistas y belicistas como John F. Kennedy y Lyndon Johnson. Es una característica que se prolonga hasta nuestros días. Una reseña de prensa sobre cómo este tema se ha enfocado desde la perspectiva de las estrategias electorales de demócratas y republicanos con miras a las elecciones presidenciales de 2004, se señalaba que Cuba está una vez más en la mira de la elección presidencial estadounidense, ya que demócratas y republicanos compiten para ver quién es el más anticastrista en su juego para ganar el voto cubano estadounidense de Florida[iii]. Se comenta que el senador John Kerry, virtual candidato presidencial demócrata, busca ocupar una posición más a la derecha que el presidente George W. Bush en torno a la relación con Cuba y ha lanzado una serie de críticas contra su contrincante en la Casa Blanca por su débil posición hacia Fidel Castro y Hugo Chávez. Kerry emitió un comunicado en el cual criticó al presidente venezolano por su cercana relación con Fidel Castro[iv].
Se trata de una continuidad que nos obliga a revisar los fenómenos y las fuerzas económicas, políticas y militares que están en la base de esta pauta. La postura de Washington de cara a la soberanía y a la independencia de Cuba se ha orientado, históricamente, a su extinción y a transformar la isla en un protectorado[v]. Ello fue cierto antes de que existieran naciones comunistas, persistió durante la vigencia de la URSS y se profundiza ahora, después del colapso soviético. De la misma manera, el impulso para establecer una zona de exclusividad comercial y de inversiones, con la intención de conservar y profundizar el control de las grandes firmas estadounidenses sobre los recursos humanos y materiales ha sido un rasgo permanente de la geografía política[vi] de Estados Unidos.
Publicado en América Latina.
4 de junio de 2004.
Preámbulo. La soberanía cubana versus la geopolítica imperial[i]
En 1959 y como uno de los resultados esenciales de la Revolución, se afianza y consolida la soberanía cubana. Las medidas adoptadas en torno al control y usufructo nacional de la riqueza, hasta entonces enajenada a empresas extranjeras, que van concretándose a lo largo del periodo revolucionario, representan un acontecimiento de primera magnitud en el ámbito nacional, regional y mundial. Su impacto en las relaciones cubano-estadounidenses será profundo, especialmente por la continuidad del endoso de la Revolución cubana a principios universales consagrados en el Derecho Internacional Público paralelamente con el rechazo expícito de Estados Unidos a tal normatividad y su adherencia a los lineamientos de la doctrina Monroe. Me refiero a la sistemática e histórica oposición de Washington a conceptos fundamentales, como el refrendado por la Asamblea General de las Naciones Unidas (resolución 2625 del 24 de octubre de 1970), en el que se declara la igualdad soberana de los Estados, la libre determinación de los pueblos y la obligación de todo Estado de no intervenir en los asuntos que no sean de su jurisdicción interna. Explícitamente se señala que ningún Estado puede aplicar o fomentar el uso de medidas económicas, políticas o de cualquier otra índole para coaccionar a otro Estado a fin de lograr que subordine el ejercicio de sus derechos soberanos y obtener de él ventajas. Todo Estado tiene el derecho inalienable de elegir su sistema político, económico, social y cultura, sin injerencia en ninguna forma, por parte de ningún otro Estado[ii].
Antes de proceder a ejemplificar algunos aspectos de la geopolítica estadounidense hacia Cuba, es necesario tener presente la relativa persistencia de la hostilidad estadounidense hacia la soberanía cubana, ya sea con presidentes republicanos de línea moderada (Eisenhower), de la nueva derecha (Reagan-Bush padre) o demócratas, populistas y belicistas como John F. Kennedy y Lyndon Johnson. Es una característica que se prolonga hasta nuestros días. Una reseña de prensa sobre cómo este tema se ha enfocado desde la perspectiva de las estrategias electorales de demócratas y republicanos con miras a las elecciones presidenciales de 2004, se señalaba que Cuba está una vez más en la mira de la elección presidencial estadounidense, ya que demócratas y republicanos compiten para ver quién es el más anticastrista en su juego para ganar el voto cubano estadounidense de Florida[iii]. Se comenta que el senador John Kerry, virtual candidato presidencial demócrata, busca ocupar una posición más a la derecha que el presidente George W. Bush en torno a la relación con Cuba y ha lanzado una serie de críticas contra su contrincante en la Casa Blanca por su débil posición hacia Fidel Castro y Hugo Chávez. Kerry emitió un comunicado en el cual criticó al presidente venezolano por su cercana relación con Fidel Castro[iv].
Se trata de una continuidad que nos obliga a revisar los fenómenos y las fuerzas económicas, políticas y militares que están en la base de esta pauta. La postura de Washington de cara a la soberanía y a la independencia de Cuba se ha orientado, históricamente, a su extinción y a transformar la isla en un protectorado[v]. Ello fue cierto antes de que existieran naciones comunistas, persistió durante la vigencia de la URSS y se profundiza ahora, después del colapso soviético. De la misma manera, el impulso para establecer una zona de exclusividad comercial y de inversiones, con la intención de conservar y profundizar el control de las grandes firmas estadounidenses sobre los recursos humanos y materiales ha sido un rasgo permanente de la geografía política[vi] de Estados Unidos.
La geopolítica imperial
A lo largo de la historia estadounidense, tanto liberales como conservadores se han guiado por esta concepción centrada en los intereses del alto empresariado capitalista, como puede ejemplificarse abundantemente al revisar la turbulenta historia de las relaciones poítico-diplomá¡ticas, económicas, comerciales, financieras y militares de Estados Unidos y su presidencia imperial[vii] con México, el Caribe, Colombia y Venezuela. En el caso de Cuba, es notable la pauta imperialista que ha caracterizado la proyección de poder estadounidense desde principios del siglo XIX hasta las más recientes manifestaciones presentadas y discutidas en el apartado final de este trabajo.
Desde sus orígenes durante la república imperial jeffersoniana, la gran estrategia tuvo expresiones demográ¡ficas y geográ¡ficas precisas y todas fueron volviéndose compatibles con las necesidades materiales exigidas por los diversos estadios del desarrollo del capitalismo estadounidense, desde su condición de "semiperiferia" del Imperio Britá¡nico, a la de nación capitalista en ascenso hegemónico después de la Guerra Civil y a la de nación "líder" del sistema capitalista internacional después de las dos grandes guerras del siglo XX[viii]. El sometimiento económico, político y militar de México, Centroamérica y el Caribe se da en función de este proceso de ascenso hegemónico; de aquí que las expresiones latinoamericanas de autodeterminación, los intentos de ejercer la soberaía sobre los recursos naturales estratégicos y la lucha por la vigencia de una jurisdiccionalidad propia hayan sido sistemá¡ticamente combatidos por EU. Los estudios que se han encargado de analizar estos procesos distinguen cuatro etapas en la articulación de la geopolítica imperial: 1) que el ejército de Estados Unidos debe dominar completamente América del Norte; 2) que no debe existir ninguna otra potencia o grupo de potencias en el hemisferio occidental con capacidades económico-militares para poner en entredicho la hegemonía de Estados Unidos; 3) que la marina de Estados Unidos debe tener la capacidad de mantener Eurasia fuera del hemisferio occidental; y 4) que ninguna nación euroasiá¡tica debe ser capaz de poner en dificultades el dominio estadounidense sobre los oceanos, lo que se logra orientando sus energías hacia las amenazas y las guerras terrestres dentro de Eurasia[ix]. Estos cuatro puntales de la estrategia hemisférica y mundial se concretan a lo largo del siglo XX, y especialmente durante la Guerra Fría, pero entran en crisis, especialmente a partir de lo que los economistas perciben como el inicio de una crisis estructural desde el decenio de los setenta del siglo pasado, y como resultado de varios factores, entre ellos el resurgimiento económico y militar “y monetario", europeo y asiá¡tico y una profunda crisis vinculada con la creciente dependencia estadounidense de materia prima estratégica, especialmente los combustibles fósiles, localizada fuera de su jurisdicción territorial.
Cabe mencionar que el cuarto objetivo ha sido bastante problemá¡tico, dada la enorme dificultad, mostrada a lo largo de la Guerra Fría en los conflictos de Corea y posteriormente de Vietnam[x] “y ahora en Kosovo, Afganistán e Iraq", para lograr el manejo o, mejor aún, la manipulación de la balanza de poder en Eurasia.
El asedio a Cuba. ¿Por qué?
Es en este marco de dominio y crisis imperial en el que es indispensable analizar el continuo asedio estadounidense sobre Cuba.
Primero, porque Cuba se ha mantenido como un símbolo de la vulnerabilidad de Estados Unidos, en un medio ambiente en el que es clara la reticencia estadounidense de soportar altos niveles de bajas, dentro o fuera del hemisferio occidental. Como lo plantean varios análisis estadounidenses, la escasa población de Estados Unidos comparada con la euroasiática, hace virtualmente imposible a los dos y medio millones de soldados y reservistas involucrarse en guerras de larga duración en Eurasia, aun en las condiciones más favorables. Más aún, Estados Unidos tiene que utilizar una gran proporción de su población en la manufactura y transporte de materiales bélicos, debido a las enormes distancias del campo de batalla. Incluso, durante una movilización total, como la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos tuvo que dedicar la mayoría de sus fuerzas al apoyo logístico y a la defensa de las líneas de suministro[xi]. Durante las guerras de Corea y Vietnam, fue impactante la insuficiencia demográfica y aunque en la de Vietnam el Vietcong sufrió diez bajas semanalmane por cada soldado estadounidense muerto, los 200 o 300 marines que cada semana retornaban a casa en bolsas negras resultaron un costo social y políticamente inaceptable. La postura de Estados Unidos a lo largo de todas sus intervenciones militares en Eurasia ha sido la de colocar el peso de los muertos en sus aliados o en fuerzas mercenarias. Durante la Primera y Segunda guerra mundial, Francia e Inglaterra cumplieron tal función. En la Segunda Guerra mundial la Unión Soviética y los europeos sufrieron abrumadoramente las bajas, y algo similar ocurrió en Corea y Vietnam, operaciones militares de gran envergadura en las que Washington se esforzó por limitar al máximo posible sus bajas a base de utilizar, armar, organizar y adiestrar para la batalla a los ejércitos aliados.
En este entorno, Cuba se presenta como una espinita atorada en la garganta washingtoniana por dos razones geopolíticas centrales; una de orden hemisférico y la otra mundial: primero, porque el régimen revolucionario mantiene una enorme capacidad de movilización político-militar como resultado, entre otros muchos factores, de la continua agresión económica y de los operativos clandestinos estadounidenses contra Cuba, que abarcan a lo largo de cuatro decenios medidas de terrorismo, incluyendo el terrorismo biológico[xii]. Washington ha recurrido a las operaciones clandestinas y a la desestabilización económica porque, además de las considerables bajas que sufriría en una hipotética invasión contra la Isla, un escenario militar requeriría atar a cientos de miles de soldados al teatro de operaciones cubano, no sólo durante la mencionada hipótesis, sino a lo largo de una prolongada ocupación. Además, considérese que el ejemplo cubano en América Latina y el Caribe es inaceptable para Washington. Si una pequeña isla con 11 millones de habitantes, localizada a sólo 90 millas, ha sido capaz de disuadir a la mayor potencia hemisférica de una invasión militar, aun después del colapso soviético y de toda su estructura económica internacional, ¿qué pasaría si mañana llega al poder un gobierno decidido a defender el derecho al desarrollo económico, la industrialización, la soberanía y la independencia en Brasil, con más de 160 millones de habitantes y un territorio de 8 millones de kilómetros cuadrados “poseedor además del 20 por ciento de las reservas de agua dulce del planeta y de la principal reserva de biosfera", o de México con 100 millones, de Argentina o de naciones de tamaño medio, pero de enorme importancia geoestratégica como Colombia, Perú, Venezuela, Chile o Bolivia?
Cuba y la Tercera Cuenca
Desde la perspectiva imperial estadounidense, una Cuba con capacidad político-militar endógena que le permite ser independiente y soberana representa un obstáculo a su dominio sobre el Caribe y sus recursos, aunque cuente ilegalmente con la base de Guantánamo. El Caribe es una pieza central de la estrategia oceánica de Estados Unidos, ya que es el vínculo entre este país y el teatro de operaciones militares en el Atlántico. El envío de combustibles, materiales estratégicos y bélicos en tiempos de paz y el tránsito de las fuerzas estadounidenses hacia Europa en tiempos de guerra hacen que el dominio sobre las líneas de comunicación marítima del Caribe, el Golfo de México, el Canal de Panamá y, eventualmente, el Istmo de Tehuantepec, resulten vitales en la planeación oceánica de Estados Unidos [xiii]. El Caribe es el vínculo con el Atlántico, donde se concentran algunas de las principales operaciones navales en virtud de que la principal alianza de Estados Unidos, la OTAN, está predicada sobre la seguridad de las rutas marítimas, en tiempos de paz y de guerra. Hoy en día, operan más submarinos estratégicos en el Atlántico que en ningún otro oceano [xiv].
Además, el Golfo de México se ha posicionado, según las más recientes evaluaciones geológicas[xv], como una de las principales cuencas petroleras del planeta, sólo después de la del Golfo y la del área transcaucásica. Como lo ha señalado Fabio Barbosa, aunque el Golfo de México es una de las zonas más intensamente exploradas y perforadas del mundo, apenas recientemente se cuenta con la información necesaria para concluir que es una de las áreas con una alta concentración de hidrocarburos, por lo que bien puede considerarse como una nueva "frontera emergente", es decir, que es parte de lo que David Rainey, gerente de exploración de British Petroleum, califica como "una nueva geología y una nueva geografía petrolera" [xvi]. Los geólogos mexicanos no han dudado en definir el Golfo de México como una de las tres más grandes provincias petroleras del mundo [xvii], lo cual, como indica Barbosa, es destacable, porque en los debates sobre los llamados "hoyos de Dona" [xviii], con frecuencia se minimizó la de México del orden de entre 43 mil y 59 mil millones de barriles de petróleo crudo equivalente acumulado en rocas del Terciario y Mesozoico [xix]. Para el Golfo, que además de la mexicana incluye las respectivas zonas de Estados Unidos y Cuba, la cifra estimada asciende a poco más de cien mil millones. Cabe aclarar que el término "hoyos de Dona" se utiliza para denominar "una línea extrañamente discontinua" consistente en dos porciones, la occidental y la oriental, que rebasaron las 200 millas correspondientes a México y Estados Unidos, y los límites, en estas porciones, que no se negociaron en el Tratado sobre la Zona Económica Exclusiva de 1977. Es decir, no se trata de "hoyos" ni tienen forma circular o de "dona". Durante el "idilio" que caracterizó la relación especial entre el gobierno de Salinas y el aparato de seguridad nacional de Estados Unidos bajo Bush padre, se hicieron concesiones secretas en las delimitaciones de los hoyos de Dona, mismas que fueron denunciadas en su oportunidad por el senador José Angel Conchello, principal impugnador desde el PAN, del Fobaproa, quien pereció en un extraño accidente automovilístico [xx]. Sobre este grave asunto, Fabio Barbosa comenta que por años se ocultaron al pueblo de México los pormenores de estos "arreglos", formando parte de lo que calificamos como la diplomacia secreta. Presumiblemente el primer gobierno de los Bush pretendía dejar fuera de la negociación al gobierno de Cuba, pues sorprende que se señalan claramente "dos zonas" y no se haga ninguna mención a ese tercer país con derechos incuestionables sobre la Dona Oriental [xxi]. Así, la participación cubana no es menor y, para consternación de los intereses articulados por el gobierno de Bush, esta nación ha empezado a establecer relaciones con consorcios, como Petrobras, de Brasil, que dominan la tecnología para la perforación marítima profunda. Se trata de formaciones geológicas, en que colindan las jurisdicciones de los tres países y en las que las empresas petroleras estadounidenses han iniciado actividades de perforación que afectan los intereses de las otras dos naciones, por lo que se conoce como "el efecto popote", entendido no tanto como la perforación "horizontal" sino debido al drenaje ocasionado por la gravitación, a favor de quienes se adelantan en la extracción del crudo en grandes yacimientos con las mencionadas colindancias. Una reflexión final.
Cuba en la mira imperial
Considerando el notorio y abrupto agotamiento de la reserva petrolera de Estados Unidos como uno de los elementos centrales en su creciente proyección de poderío militar hacia el Oriente Medio “especialmente aquél concretado en Iraq sobre cuya reserva probada de cerca de 110 mil millones de barriles existe gran interés por parte de empresas petroleras y de servicios intimamente vinculadas a la Casa Blanca de Bush", es necesario agregar el factor geoestratégico que representa la participación cubana en los recursos petroleros de la "tercera cuenca" y su impacto en la planeación militar del gobierno de Bush y de los intereses petroleros que representa hacia Cuba y sus riquezas de hidrocarburos en la Dona Oriental. Podríamos afirmar que el peligro de una operación contra la isla se ha acrecentado como resultado de la "nueva geografía petrolera" del Golfo de México, de la desmedida ambición y codicia por el petróleo cubano “y mexicano" y de la peligrosa proclividad hacia el unilateralismo de la camarilla que hoy domina las decisiones de la Oficina Oval. Es notorio que el equipo de seguridad nacional de George W. Bush ahora argumente que "después del 11-09" ha desaparecido el "sindrome de Vietnam", es decir, el rechazo de la población y de la cultura política a las bajas como resultado de operaciones militares en el exterior. Este argumento es presentado en medio de continuos y crecientes esfuerzos del Pentágono por limitar, al máximo, la cobertura de la prensa y los medios sobre los cientos de muertos y miles de heridos y mutilados que mes a mes ingresan a las morgues y a los hospitales militares como resultado de la guerra de ocupación contra Iraq. A esto es necesario agregar, como bien lo ha documentado Gian Carlo Delgado Ramos, que una acción militar contra Cuba bien podría ser una carta ante un escenario electoral dramático y daría las señales de su posibilidad el informe de países terroristas que EUA dará a conocer en mayo de este año y en el que seguramente incluirá a Cuba, de ahí que Fidel Castro considere que "estamos en un momento de gran peligro" [xxii].
Este pronunciamiento fue hecho durante la clausura del VI Encuentro Internacional de Economistas Latinoamericanos en el que el mandatario cubano presentó un impresionante recuento de los informes de las agencias noticiosas que daban fe de las discusiones del equipo de "seguridad nacional" de Bush, sobre varios esquemas que impulsa la Casa Blanca como parte central de su campaña contra la Revolución Cubana: unos en torno a los medios idóneos para asesinarlo o "acelerar el deterioro de su condición física" y, otros, sobre los operativos psicológicos, económicos y militares adecuados para gestar un "regime change". Recuérdese que, en octubre de 2003, Bush puso en marcha una "Comisión de ayuda a una Cuba libre", con Colin Powel a la cabeza, encaminada a "ayudar a identificar y alentar medidas para desarrollar un plan de asistencia ágil y decisiva a una Cuba posterior a la dictadura" [xxiii]. Castro describió estas maquinaciones ante mil 400 atónitos profesionales provenientes de 43 países, incluyendo a dos premios Nobel en economía y representantes de 14 organismos internacionales.
Es cierto que el recrudecimiento de la campaña contra Cuba tiene fuertes tintes electorales, lo que podría sugerir su naturaleza coyuntural y efímera. Algunos plantean que el empantanamiento de Bush en Iraq haría poco factible una aventura contra Cuba, pero la intensidad de los operativos que despliegan la CIA y el Pentágono en Guantánamo y ahora en Haití indican que tal propuesta es apresurada. Primero, porque desestima el orden de magnitud de lo que ocurre: estamos frente a un equipo "delincuencial" que no ha dudado en usar el terror de Estado en el orbe ni en relanzar el programa de asesinatos políticos en el exterior ni ha vacilado en violar abiertamente el Derecho Internacional ni en engañar a la opinión pública y al Congreso de su país ejecutando operaciones encubiertas para justificar una genocida "guerra de autodefensa anticipatoria" contra Iraq, con el falso argumento de las armas de destrucción masiva. Como a la camarilla hitleriana que asoló el mundo hace más de medio siglo, no ha temblado la mano a los que operan desde la Oficina Oval para realizar operativos que ya han costado más de diez mil víctimas civiles inocentes y cerca de cuatro mil soldados iraquíes muertos, más de quinientas bajas estadounidenses y miles de heridos de ambos lados.
Gente de antecedentes penal-constitucionales tan cuestionables como Roger Noriega y Otto Reich, este último, el principal responsable de América Latina en el Departamento de Estado, desde hace meses ha venido reiterando la infundada acusación de que Cuba está tratando de dotarse de armas biológicas. Ante la Fundación Heritage, Reich afirmaba que la isla "tiene, al menos, un programa limitado de investigación y desarrollo de armas biológicas ofensivas y nosotros basamos esto en informaciones que poseemos por lo cual representa una amenaza para la seguridad nacional estadounidense". Luego agregó, sin rubor, que "Cuba es un país que patrocina el terrorismo" [xxiv]. Reich ha sido incapaz de ofrecer las evidencias al respecto exigidas por el Subcomité de Asuntos del Hemisferio Occidental del Senado, cuyo presidente, el Senador Christopher Dodd, advirtió al gobierno de Bush "evitar la tentación de jugar a la política con argumentos que no están justificados, sobre todo porque no se presentan las pruebas" [xxv]. Pero Reich, inspirado en las mismas fuentes y ardides del aparato de inteligencia que llevaron a Tony Blair a afirmar que Iraq podría desplegar armas de destrucción masiva "en cuarenta y cinco minutos", afirma, con la misma cara dura del pelele inglés, que Cuba posee un programa de desarrollo de armas biológicas que "es muy fácil de transformar, y en una hora pueden desarrollarse agentes químicos y biológicos para buenos propósitos (fabricación de medicamentos por ejemplo), y que también rápidamente pueden convertirse en armas" [xxvi]. En los últimos meses, Bush ha intensificado el asedio mediático, las operaciones de guerra psicológica a las que se han plegado "intelectuales y escritores de oportunidad", mientras recrudece el acoso económico.
Desde la perspectiva imperial estadounidense, una Cuba con capacidad político-militar endógena que le permite ser independiente y soberana representa un obstáculo a su dominio sobre el Caribe y sus recursos, aunque cuente ilegalmente con la base de Guantánamo. El Caribe es una pieza central de la estrategia oceánica de Estados Unidos, ya que es el vínculo entre este país y el teatro de operaciones militares en el Atlántico. El envío de combustibles, materiales estratégicos y bélicos en tiempos de paz y el tránsito de las fuerzas estadounidenses hacia Europa en tiempos de guerra hacen que el dominio sobre las líneas de comunicación marítima del Caribe, el Golfo de México, el Canal de Panamá y, eventualmente, el Istmo de Tehuantepec, resulten vitales en la planeación oceánica de Estados Unidos [xiii]. El Caribe es el vínculo con el Atlántico, donde se concentran algunas de las principales operaciones navales en virtud de que la principal alianza de Estados Unidos, la OTAN, está predicada sobre la seguridad de las rutas marítimas, en tiempos de paz y de guerra. Hoy en día, operan más submarinos estratégicos en el Atlántico que en ningún otro oceano [xiv].
Además, el Golfo de México se ha posicionado, según las más recientes evaluaciones geológicas[xv], como una de las principales cuencas petroleras del planeta, sólo después de la del Golfo y la del área transcaucásica. Como lo ha señalado Fabio Barbosa, aunque el Golfo de México es una de las zonas más intensamente exploradas y perforadas del mundo, apenas recientemente se cuenta con la información necesaria para concluir que es una de las áreas con una alta concentración de hidrocarburos, por lo que bien puede considerarse como una nueva "frontera emergente", es decir, que es parte de lo que David Rainey, gerente de exploración de British Petroleum, califica como "una nueva geología y una nueva geografía petrolera" [xvi]. Los geólogos mexicanos no han dudado en definir el Golfo de México como una de las tres más grandes provincias petroleras del mundo [xvii], lo cual, como indica Barbosa, es destacable, porque en los debates sobre los llamados "hoyos de Dona" [xviii], con frecuencia se minimizó la de México del orden de entre 43 mil y 59 mil millones de barriles de petróleo crudo equivalente acumulado en rocas del Terciario y Mesozoico [xix]. Para el Golfo, que además de la mexicana incluye las respectivas zonas de Estados Unidos y Cuba, la cifra estimada asciende a poco más de cien mil millones. Cabe aclarar que el término "hoyos de Dona" se utiliza para denominar "una línea extrañamente discontinua" consistente en dos porciones, la occidental y la oriental, que rebasaron las 200 millas correspondientes a México y Estados Unidos, y los límites, en estas porciones, que no se negociaron en el Tratado sobre la Zona Económica Exclusiva de 1977. Es decir, no se trata de "hoyos" ni tienen forma circular o de "dona". Durante el "idilio" que caracterizó la relación especial entre el gobierno de Salinas y el aparato de seguridad nacional de Estados Unidos bajo Bush padre, se hicieron concesiones secretas en las delimitaciones de los hoyos de Dona, mismas que fueron denunciadas en su oportunidad por el senador José Angel Conchello, principal impugnador desde el PAN, del Fobaproa, quien pereció en un extraño accidente automovilístico [xx]. Sobre este grave asunto, Fabio Barbosa comenta que por años se ocultaron al pueblo de México los pormenores de estos "arreglos", formando parte de lo que calificamos como la diplomacia secreta. Presumiblemente el primer gobierno de los Bush pretendía dejar fuera de la negociación al gobierno de Cuba, pues sorprende que se señalan claramente "dos zonas" y no se haga ninguna mención a ese tercer país con derechos incuestionables sobre la Dona Oriental [xxi]. Así, la participación cubana no es menor y, para consternación de los intereses articulados por el gobierno de Bush, esta nación ha empezado a establecer relaciones con consorcios, como Petrobras, de Brasil, que dominan la tecnología para la perforación marítima profunda. Se trata de formaciones geológicas, en que colindan las jurisdicciones de los tres países y en las que las empresas petroleras estadounidenses han iniciado actividades de perforación que afectan los intereses de las otras dos naciones, por lo que se conoce como "el efecto popote", entendido no tanto como la perforación "horizontal" sino debido al drenaje ocasionado por la gravitación, a favor de quienes se adelantan en la extracción del crudo en grandes yacimientos con las mencionadas colindancias. Una reflexión final.
Cuba en la mira imperial
Considerando el notorio y abrupto agotamiento de la reserva petrolera de Estados Unidos como uno de los elementos centrales en su creciente proyección de poderío militar hacia el Oriente Medio “especialmente aquél concretado en Iraq sobre cuya reserva probada de cerca de 110 mil millones de barriles existe gran interés por parte de empresas petroleras y de servicios intimamente vinculadas a la Casa Blanca de Bush", es necesario agregar el factor geoestratégico que representa la participación cubana en los recursos petroleros de la "tercera cuenca" y su impacto en la planeación militar del gobierno de Bush y de los intereses petroleros que representa hacia Cuba y sus riquezas de hidrocarburos en la Dona Oriental. Podríamos afirmar que el peligro de una operación contra la isla se ha acrecentado como resultado de la "nueva geografía petrolera" del Golfo de México, de la desmedida ambición y codicia por el petróleo cubano “y mexicano" y de la peligrosa proclividad hacia el unilateralismo de la camarilla que hoy domina las decisiones de la Oficina Oval. Es notorio que el equipo de seguridad nacional de George W. Bush ahora argumente que "después del 11-09" ha desaparecido el "sindrome de Vietnam", es decir, el rechazo de la población y de la cultura política a las bajas como resultado de operaciones militares en el exterior. Este argumento es presentado en medio de continuos y crecientes esfuerzos del Pentágono por limitar, al máximo, la cobertura de la prensa y los medios sobre los cientos de muertos y miles de heridos y mutilados que mes a mes ingresan a las morgues y a los hospitales militares como resultado de la guerra de ocupación contra Iraq. A esto es necesario agregar, como bien lo ha documentado Gian Carlo Delgado Ramos, que una acción militar contra Cuba bien podría ser una carta ante un escenario electoral dramático y daría las señales de su posibilidad el informe de países terroristas que EUA dará a conocer en mayo de este año y en el que seguramente incluirá a Cuba, de ahí que Fidel Castro considere que "estamos en un momento de gran peligro" [xxii].
Este pronunciamiento fue hecho durante la clausura del VI Encuentro Internacional de Economistas Latinoamericanos en el que el mandatario cubano presentó un impresionante recuento de los informes de las agencias noticiosas que daban fe de las discusiones del equipo de "seguridad nacional" de Bush, sobre varios esquemas que impulsa la Casa Blanca como parte central de su campaña contra la Revolución Cubana: unos en torno a los medios idóneos para asesinarlo o "acelerar el deterioro de su condición física" y, otros, sobre los operativos psicológicos, económicos y militares adecuados para gestar un "regime change". Recuérdese que, en octubre de 2003, Bush puso en marcha una "Comisión de ayuda a una Cuba libre", con Colin Powel a la cabeza, encaminada a "ayudar a identificar y alentar medidas para desarrollar un plan de asistencia ágil y decisiva a una Cuba posterior a la dictadura" [xxiii]. Castro describió estas maquinaciones ante mil 400 atónitos profesionales provenientes de 43 países, incluyendo a dos premios Nobel en economía y representantes de 14 organismos internacionales.
Es cierto que el recrudecimiento de la campaña contra Cuba tiene fuertes tintes electorales, lo que podría sugerir su naturaleza coyuntural y efímera. Algunos plantean que el empantanamiento de Bush en Iraq haría poco factible una aventura contra Cuba, pero la intensidad de los operativos que despliegan la CIA y el Pentágono en Guantánamo y ahora en Haití indican que tal propuesta es apresurada. Primero, porque desestima el orden de magnitud de lo que ocurre: estamos frente a un equipo "delincuencial" que no ha dudado en usar el terror de Estado en el orbe ni en relanzar el programa de asesinatos políticos en el exterior ni ha vacilado en violar abiertamente el Derecho Internacional ni en engañar a la opinión pública y al Congreso de su país ejecutando operaciones encubiertas para justificar una genocida "guerra de autodefensa anticipatoria" contra Iraq, con el falso argumento de las armas de destrucción masiva. Como a la camarilla hitleriana que asoló el mundo hace más de medio siglo, no ha temblado la mano a los que operan desde la Oficina Oval para realizar operativos que ya han costado más de diez mil víctimas civiles inocentes y cerca de cuatro mil soldados iraquíes muertos, más de quinientas bajas estadounidenses y miles de heridos de ambos lados.
Gente de antecedentes penal-constitucionales tan cuestionables como Roger Noriega y Otto Reich, este último, el principal responsable de América Latina en el Departamento de Estado, desde hace meses ha venido reiterando la infundada acusación de que Cuba está tratando de dotarse de armas biológicas. Ante la Fundación Heritage, Reich afirmaba que la isla "tiene, al menos, un programa limitado de investigación y desarrollo de armas biológicas ofensivas y nosotros basamos esto en informaciones que poseemos por lo cual representa una amenaza para la seguridad nacional estadounidense". Luego agregó, sin rubor, que "Cuba es un país que patrocina el terrorismo" [xxiv]. Reich ha sido incapaz de ofrecer las evidencias al respecto exigidas por el Subcomité de Asuntos del Hemisferio Occidental del Senado, cuyo presidente, el Senador Christopher Dodd, advirtió al gobierno de Bush "evitar la tentación de jugar a la política con argumentos que no están justificados, sobre todo porque no se presentan las pruebas" [xxv]. Pero Reich, inspirado en las mismas fuentes y ardides del aparato de inteligencia que llevaron a Tony Blair a afirmar que Iraq podría desplegar armas de destrucción masiva "en cuarenta y cinco minutos", afirma, con la misma cara dura del pelele inglés, que Cuba posee un programa de desarrollo de armas biológicas que "es muy fácil de transformar, y en una hora pueden desarrollarse agentes químicos y biológicos para buenos propósitos (fabricación de medicamentos por ejemplo), y que también rápidamente pueden convertirse en armas" [xxvi]. En los últimos meses, Bush ha intensificado el asedio mediático, las operaciones de guerra psicológica a las que se han plegado "intelectuales y escritores de oportunidad", mientras recrudece el acoso económico.
En este contexto, téngase presente que, según una nota del Nuevo Herald que discute sobre las "recetas" que se sugieren al presidente Bush ante escenarios poco alentadores para las próximas elecciones presidenciales, se suscribe que "el presidente debe emprender decisivas acciones" (entre las que está) el súbito derrocamiento sin anuncios previos y sin apelaciones al Consejo de Seguridad de la ONU de un tirano local, digamos Fidel Castro, un par de meses antes de las elecciones, (para) propulsar notablemente la imagen de invencibilidad que ya Bush ha proyectado antes...xxvii]. Finalmente, téngase presente, como se indicó, que EU mantiene y el gobierno de Bush ha incrementado de manera más que imprudente, enormes compromisos militares en el orbe, experimentando hoy un profundo y prolongado entrampamiento militar en Iraq, resultado de una guerra de agresión unilateral que ha concitado el rechazo popular (recientemente puesto en evidencia por el voto de castigo a Aznar por parte del electorado español) y lo ha alienado de la comunidad internacional. Son demasiados compromisos y costos en sangre y tesoro para sus capacidades reales. Esto significa que requiere del dominio sobre el hemisferio occidental, de sus recursos naturales, de su economía, de su infraestructura, especialmente en su entorno inmediato, la América del Norte y el Caribe, con el Golfo de México y sus recursos petroleros como pieza central. El TLCAN, el PPP, el Plan Colombia, el proliferante rosario de bases militares en América Latina y el Caribe y la propuesta de un ALCA son expresiones claras de ello. Sin embargo, nunca ha sido más compleja y problemática la proyección de poderío estadounidense en nuestra área. Así se percibe en los movimientos populares contra la llamada globalización neoliberal “en realidad, son grandes movimientos antimperialistas en gestación", la presencia de gobiernos no tan dúctiles si no es que abiertamente críticos de la política exterior de EU, en Brasil, Argentina y Venezuela y el hecho mismo de que la explotación económica de la población latinoamericana y del Caribe ha llegado ya a un punto que trasciende los límites de la tolerancia histórica y política. En este medio, una operación militar para generar "un cambio de régimen" en Cuba generaría un repudio regional e internacional y una resistencia cubana de insospechadas dimensiones, pero esto no ha inhibido las acciones unilaterales, aventureras y abiertamente transgresoras del Derecho Internacional del actual gobierno estadounidense. La agresión contra Cuba requeriría el retiro de Estados Unidos de Iraq, algo que el gobierno de Bush espera concretar a mediados de este año, que es periodo de comicios presidenciales. Como lo ha indicado el comandante Castro, el peligro de una agresión aumenta en un año electoral en el cual Bush, hoy en día en desventaja respecto al candidato demócrata, decidiera poner en marcha algún esquema de provocación, por ejemplo una pretendida "agresión terrorista cubana de corte biológico o químico" contra EU, para justificar un acto espectacular que le redituara electoralmente. Los costos serían inconmensurables y, entre ellos, cabría considerar un boomerang electoral, como el que afligió a Aznar. Cabe tener presente que vivimos en un entorno mundial caracterizado por crecientes fisuras intercapitalistas entre Estados Unidos, Europa y Asia. En este medio, el tipo de movilización político-militar que desde 1959 ha sido el fundamento de la soberanía y la independencia de Cuba resultará algo más que una incomodidad, por la cantidad de bajas estadounidenses que ocasionaría una invasión (el Pentágono las estima en decenas de miles). Además, téngase presente que, en la actual coyuntura caribeña y latinoamericana, en que es obvio el estrepitoso fracaso del esquema económico impulsado por Washington por medio del FMI-Banco Mundial y el BID, Cuba representa un claro indicador para todo programa encaminado a la construcción social de alternativas ante la devastación imperial que han sufrido los pueblos latinoamericanos durante los últimos decenios. Los costos de una agresión contra Cuba serían todavía mayores y se extenderían, como un reguero de pólvora, a lo largo y ancho del continente.
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