jueves, 27 de junio de 2002

El Pentágono y la desinformación en Afganistán

John Saxe-Fernández
La Jornada.
México 27 de junio de 2002.

Estados Unidos se encuentra en estado de guerra. Es un hecho con profundas implicaciones. La situación es grave si se tiene presente el fundamentalismo del régimen de Bush, con su radical abandono de los instrumentos multilaterales y un peligroso desdén por la vigencia del estado de derecho, dentro y fuera de EU. Esto ocurre junto con una concentración y proyección unilateral del poderío militar estadunidense, afectando de manera profunda las relaciones cívico-militares, los equilibrios constitucionalmente establecidos entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y los derechos y libertades civiles. Al norte tenemos instalado un régimen de excepción con la excusa de una guerra contra el terrorismo, en el que se explicitan los elementos de Estado policiaco, que ya contenía, y se registra una inquietante usurpación por parte del Ejecutivo, especialmente de su aparato militar y de inteligencia, de funciones legislativas y judiciales.

Abundan casos de arbitrariedades. Uno de los que más llamaron la atención fue el establecimiento por parte del Departamento de Defensa de una oficina encargada de "desinformar" al mundo, como parte de la estrategia de la guerra. La propuesta llamó la atención pública nacional e internacional y concitó una natural indignación en EU por la amenaza que representa este tipo de arbitrariedad estatal de corte orwelliano-totalitario, lo que obligó al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, a retirar la iniciativa. Pero lo que no se difundió suficientemente fue la intención, declarada por el mismo Rumsfeld, de persistir en lo mismo, pero usando otros canales disponibles desde la Segunda Guerra Mundial, dentro de la vasta estructura burocrática del Departamento de Defensa. Una de ellas, la Unidad de Guerra Psicológica Mundial del Ejército, ha sido ampliamente utilizada, aunque sólo de manera marginal se ha informado sobre su existencia.

Durante la masacre perpetrada contra la población afgana -James Petras acierta al rechazar el término "guerra de Afganistán" para referirse a una contienda en la que de un lado se registran seis bajas y más de 10 mil en el otro- esa unidad, según el Departamento de Defensa, fue vital. Especialmente, como informa Tom Vernon (Radio World, abril de 2002), el aparato militar estadunidense actuó por medio del ala de operaciones especiales 193, parte del comando de operaciones especiales de la fuerza aérea de EU, encargada en esa ocasión de "la difusión de mensajes de propaganda a la población local afgana y a los soldados talibanes".

La Unidad de Guerra Sicológica cuenta con equipos de la más alta tecnología que puede ofrecer la electrónica y la aeronáutica, lo que le permite recibir y transmitir en todos los canales de difusión internacional. Vernon nos informa que además de transmitir material para programas, "se pueden perturbar transmisiones locales para persuadir a los oyentes de que sintonicen las frecuencias de propaganda" y nos recuerda que aunque los orígenes de estas unidades se remontan a 1942, su misión actual de desinformación u "operaciones sicológicas" (PSYOP) comenzó en 1968 y permaneció como actividad clasificada "secreta" hasta 1989.

Estas unidades, especialmente la que funciona bajo el número 193, han llevado a cabo operaciones secretas en Vietnam, Corea del Sur, Puerto Rico, Arabia Saudita, Egipto, Kuwait y durante el brutal ataque aéreo contra los barrios populares de Panamá en 1989.
La descripción que nos ofrece sobre los equipos utilizados indica una fuerte erogación a favor de grandes empresas, entre las que sobresalen Hewlett-Packard, Rockwell, Delta Electronics, Lockheed Martin Aeronautics, Ramko, Otari, Panasonic, etcétera. En esta esfera de relaciones bélico-industriales, la simbiosis del Estado con la corporación -eje central del fenómeno imperialista- es fundamental y genera un dinamismo propio, centrado en un índice de ganancias que sobrepasa en mucho lo que es usual en las transacciones que prevalecen en la economía civil. Los sobrecostos pueden oscilar de 500 hasta 6 mil por ciento. Así se canalizan "subsidios" masivos, en este caso a la industria electrónica y aeronáutica. Qué duda cabe que EU es el campeón en guerra sicológica, pero el principal problema con que se enfrentan técnicos y estrategas en Afganistán es ¿cómo perturbar transmisiones locales y persuadir a los oyentes a escuchar toda esa bien maquinada propaganda cuando son escasos los afganos que cuentan con un radio, ya sin hablar del televisor?

Toda esta alta tecnología usada contra la población afgana contrasta con su miseria y atraso. Sin embargo, el Departamento de Defensa y su clientela industrial cuentan con solución para todo, especialmente si representa un buen negocio. Este pequeño "detalle" recibe una solución del Pentágono, descrita por Vernon de la siguiente manera: "Uno de los problemas que ocasiona transmitir a un área como Afganistán es que pocas personas tienen radios. Pero el gobierno de EU decidió arrojar con paracaídas receptores a cuerda".

jueves, 13 de junio de 2002

EU: el nacionalismo económico

John Saxe-Fernández
La Jornada.
México 13 de junio de 2002.

Todo indica que el Congreso de Estados Unidos se inclina a apoyar las gestiones de Bush para acelerar la aprobación del Acuerdo del Libre Comercio de las Américas (ALCA) por medio del cual se impulsa la ampliación -y maximización- hacia América Latina de las concesiones irresponsablemente formalizadas en el TLCAN por el gobierno de Salinas.
Impulsada bajo la retórica del "libre mercado y democracia" se realiza en medio de una profundización de la proyección de instrumentos policiaco-militares contrainsurgentes y de una acentuación del "nacionalismo económico" de Estados Unidos. Una postura que se concreta en la adopción unilateral de más proteccionismo y subsidio en áreas vitales como las de alta tecnología -aerospacial, microelectrónica, biotecnología, etcétera-, agrícola y acerera, así como en la aplicación de barreras verdes y una intensa campaña antimigratoria que permite mantener una diferencia fundamental entre el valor de la fuerza de trabajo estadunidense y latinoamericana.
El fenómeno no es nuevo: el contraste entre lo que la potencia norteña "dice" en torno al libre mercado y la democracia, y su práctica proteccionista y militarista caracteriza su política exterior. Ese nacionalismo no se restringe a un endurecimiento comercial, sino que incluye el reconocimiento de una vinculación importante entre la posición competitiva de la primera potencia imperial y su prosperidad doméstica. Un tema que ha suscitado una continua indagación de centros de investigación, por ejemplo del Economics Policy Institute (EPI), pero que no concita mayor atención al sur del Bravo, quizá como resultado de la saturación ideológica que se despliega bajo la rúbrica de la "globalización".

El resurgimiento económico europeo y asiático observado a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado de manera paulatina transformó la concepción básica de los estadunidenses, uno de cuyos principales ingredientes es la intensificación del nacionalismo económico. La estrecha interrelación entre las condiciones económicas y político-militares en ultramar con las domésticas, adquiere dimensiones muy complejas con repercusiones inmediatas hasta la Patagonia, que es necesario evaluar en el contexto del debate sobre el ALCA. En la base del relanzamiento de la paz americana por la vía militar (por ejemplo, el Plan Colombia), en el TLCAN y el ALCA, está el persistente cambio de la posición relativa de las grandes firmas de Estados Unidos que dominaron de manera abrumadora el aparato productivo mundial durante los primeros 25 años después de la Segunda Guerra Mundial.

Ya para 1999, según lo documenta el listado de Fortune (julio 24, 2000), de las 500 empresas más importantes por su nivel de ventas 179 eran de Estados Unidos, 148 de la Unión Europea (UE), 107 de Japón, 12 de Canadá, 12 de Corea del Sur, 11 de Suiza, 10 de China, siete de Austria y tres de Brasil. De igual manera se observan cambios importantes en la posición exportadora de Estados Unidos que pasa de una amplia dominación mundial después de la guerra a la situación de hoy. Según la dirección de estadísticas del FMI, en 1999 las exportaciones totales de Estados Unidos hacia Japón y la UE fueron de 687.5 mil millones de dólares, las de Japón de 421 mil millones de dólares, y las de la UE de 2 billones 92.3 mil millones de dólares.

En materia de inversión extranjera directa las cifras son de 861 mil millones de dólares, 372 mil millones de dólares y un billón 309 mil millones de dólares, respectivamente. Lo anterior muestra la importancia de concretar un traspatio hemisférico como espacio para impulsar las multinacionales de Estados Unidos frente a una UE y un Japón fuertemente preocupantes. Al mismo tiempo que se fortalece el aparato normativo de Estados Unidos, que incluye severas restricciones a la inversión extranjera en áreas estratégicas bajo el rubro de seguridad nacional -aeronáutica, transportación marítima y terrestre, exploración y perforación petrolera, reservas mineras, de gas y agua, sistemas satelitales, etcétera. Proceso que en el contexto post 11/09 se intensifica.

Una síntesis ofrecida por el EPI de encuestas realizadas a lo largo de los años 80 y 90 por Gallup, CBS, NBC, Harris Poll, entre otras, el nacionalismo económico es tema central y el público está "muy preocupado" por el aumento del control extranjero sobre la propiedad de empresas y activos, lo que perciben como "una amenaza a la autonomía del país". Las encuestas indican que el ciudadano promedio siente que la extranjerización del aparato productivo constituye "el símbolo más poderoso de la debilidad económica estadunidense". En una encuesta del Times Mirror (1989), 70 por ciento opinó que la inversión extranjera era "mala" para la economía. Nación de propietarios, los estadunidenses rechazan que los extranjeros dominen su vida económica. Cuando se les preguntó por qué se oponían a la inversión extranjera, la respuesta más común fue que "...los estadunidenses deben ser dueños de Estados Unidos". Esto contrasta con el sistema aperturista de corte imperial que se trata de imponer a América Latina por medio del ALCA.