jueves, 21 de marzo de 2002

La presidencia imperial en Monterrey

John Saxe-Fernàndez
La Jornada.
México, 21 de marzo de 2002.


El espectáculo con visos de farsa y tragedia que se difunde urbe et orbi desde Monterrey, a raíz de la Conferencia sobre la Financiación para el Desarrollo, convocada por la ONU y con la participación de FMI, BM y BID -principales instrumentos de Estado y de clase para la proyección de poder de los acreedores encabezados por Estados Unidos-, debe ser interpretado, no tanto bajo la rúbrica de la "globalización", sino de lo que sigue siendo, según W. Tabb, el problema de fondo: "el poder y las contradicciones del capital".

La experiencia de Estados Unidos, después de la guerra civil y hasta nuestros días, muestra que el modelo capitalista que se proyecta nacional e internacionalmente opera bajo el impulso de la depredación, afectando profundamente las bases de la estabilidad social. En Monterrey se impuso la presencia y postura librecambista y de proteccionismo a ultranza a favor de la inversión extranjera directa de Bush. Su escamoteo a cualquier incremento de las migajas que se destinan para el desarrollo de la periferia, sometida como nunca antes a la explotación de sus recursos humanos y naturales, contrasta con la realidad.

Una investigación que realicé con Omar Núñez, publicada en Globalización, imperialismo y clase social (Lumen-Hvmanitas, 2001), muestra que entre 1976 y 1997 América Latina realizó una transferencia de excedentes a favor de los países ricos -por concepto de servicio de la deuda, transferencias unilaterales, fugas de capitales, utilidades netas remitidas de inversión directa, términos de intercambio, errores y omisiones-, conservadoramente estimada en 2 billones 51 mil 619.1 millones de dólares, deflactados al PIB 1990 de Estados Unidos. Ello encarna el enlazamiento y profundización de las desestabilizantes fuerzas de centrifugación capitalista, por la vía de los programas privatizadores y de ajuste estructural, con la correspondiente tendencia a la centripetación y proyección del poderío policiaco militar del Poder Ejecutivo, que caracteriza a lo que en la historiografía de Estados Unidos se conoce como la "presidencia imperial", término que no tiene nada que ver con el uso que algunos le han asignado en México para referirse a lo que en rigor ha sido una anacrónica autocracia presidencial.

Hoy, como antaño, la "presidencia imperial", por medio del FMI-BM-BID y, tristemente, de la ONU, está dedicada a fomentar, ampliar y proteger el interés privado nacional de Estados Unidos, a sus inversionistas y sus exportadores, así como los de sus "socios-competidores", en Europa y Asia.

El contraste entre las consecuencias prácticas de esta forma de organización de la economía con las proclamas a favor del orden y la estabilidad que acompañan el discurso de la política exterior de Washington constituye, sin duda, uno de los fenómenos históricos cuya relevancia, en especial para los países al sur del Bravo, es de lo más significativo.

La interrelación de la expansión capitalista (centrifugación) y la centralización, así como el uso del poder policiaco-militar presidencial, utilizado para restablecer el orden desestabilizado por el mismo accionar capitalista, se acentuó al calor de los acontecimientos del 11/09/2001, al punto de que conocidos editorialistas de Estados Unidos mencionan "los poderes dictatoriales" que se autoconfirió Bush con la excusa de la "guerra contra el terrorismo". No necesito detallar los efectos del modelo vigente sobre nuestro tejido social, porque a lo largo de los últimos años Julio Bolvitnik le ha ofrecido al público estudios rigurosos y estremecedores sobre la enorme capacidad y éxito del "modelo" para generar pobreza y desigualdad.

La frustración y polarización acicatean la explosividad sociopolítica y militar. La vigencia de los parámetros históricos de la presidencia imperial se evidencia a diario. Por ejemplo, mientras el embajador de Estados Unidos ante la ONU, John D. Negroponte -de ingrata memoria para los hondureños por su involucramiento con grupos paramilitares de ultraderecha-, exaltaba los 5 mil millones de dólares (mmdd) que Estados Unidos destina al "desarrollo", así como el paquete ya pactado del Consenso de Monterrey (más del mismo y peligroso recetario que explotó en Argentina), en Washington se informaba que el presupuesto militar para 2003 ascenderá a 379 mmdd -un aumento de 48 mmdd-, sin incluir los fondos destinados al sector militar del Departamento de Energía ni los impactantes gastos del rubro de pensiones castrenses derivadas de guerras pasadas, presentes y futuras, contabilizadas como "gasto social".

Antes de su visita a Monterrey -de paso a El Salvador y Perú- Bush hizo un llamado al Congreso para aprobar las erogaciones para la "guerra ampliada contra el terrorismo". Lo hizo desde Fort Bragg, uno de los centros de adiestramiento de la oficialidad latinoamericana y en el transcurso de un "ejercicio antiterrorista", que plasma la convergencia de centrifugación y centripetación imperial. Según Adam Entour, de Reuters, ese simulacro se realizó en un país ficticio, Pineland, donde Bush personalmente enfrentó a una "amenazante turba de huelguistas callejeros", quienes habían quemado dos autobuses escolares y le insultaban, mientras se arrojaban sobre un tanque destruido. Pronto, seis agrupaciones de paracaidistas fueron lanzadas desde 3 mil metros de altura, con máscaras de oxígeno, mientras un helicóptero Blackhawk y dos M-47 Chinook descargaban comandos army rangers contra los huelguistas. Desde otro helicóptero, MH-6 Little Bird, se baleaba a una muchedumbre armada con palos que coreaba al unísono: "Go home USA."

Entour detalla que Bush pudo observar cómo las fuerzas especiales arrasaban varios edificios en los que se ocultaban huelguistas, "usando explosivos y ametralladoras". Poco tiempo después, "Bush envió un mensaje al comandante, indicando que la batalla había acabado, y el silencio cayó sobre 'Pineland'". Todo un ejercicio de la Rambo-kultur que caracteriza a la presidencia imperial.

jueves, 7 de marzo de 2002

EU: gobierno en la sombra

John Saxe-Fernández
La Jornada.
México, 7 de marzo de 2002.

La semana pasada se dieron a conocer informaciones sobre mecanismos y procesos de "seguridad nacional" instaurados al calor del efecto 11/09, que inciden, de manera inquietante, sobre la fundamentación constitucional y las relaciones cívico-militares en EU. Se supo, gracias a una fuente no identificada del Pentágono, que miembros del gobierno habían elaborado un dispositivo burocrático, la Oficina de Influencia Estratégica (USOSI, por sus siglas en inglés), que estaría bajo mando del brigadier general Simon P. Worden, de la Fuerza Aérea, y entre cuyas funciones destacan, según detalla Helen Thomas, de la cadena Hearst, la diseminación de información falsa en ultramar, creando historias ficticias, encaminadas a desinformar a "terroristas", con las que se "alimentaría" a la prensa internacional; la búsqueda de formas "para ejercer coerción sobre periodistas extranjeros y formadores de opinión pública" y la elaboración de esquemas para "castigar a aquellos que están difundiendo el mensaje equivocado".

También se reveló que, con antecedentes sentados por Eisenhower, Bush había formado un "gobierno paralelo", con altos funcionarios de los ministerios, cuyo número oscila entre un mínimo de 75 y un máximo de 150, encargados de mantener el gobierno funcionando en caso de que un ataque nuclear o químico-biológico paralizara sus centros vitales en Washington, DC, permitiendo "dirigir una respuesta inmediata a la agresión". Un integrante de este gobierno en la sombra informó al Washington Post que "...sin una estructura de mando invulnerable y apartada de Washington, la destrucción de la capital sería el fin".

Es necesario contextuar estos acontecimientos, porque, en primer término, ocurren en medio del torrente de drásticas modificaciones sobre toda la estructura jurídica de los derechos civiles por medio de la Ley Patriótica (USPatriotic Act). Elaborada por Michael Chertoff, el asistente del fiscal Aschcroft, con el endoso entusiasta de Bush, ya que concentra enormes poderes en el Ejecutivo, el sector castrense y la laberíntica "comunidad de inteligencia", esa ley fue promulgada por Bush el 26 de octubre, a escasos 45 días del 11/09.

Bajo un estado de "emergencia nacional" y la indignación generada por los ataques de ántrax "de alta tecnología", dirigidos a los medios y a ciertos miembros claves del Congreso, esa legislación fue aprobada sin las audiencias públicas y los procesos deliberativos que caracterizan a la legislatura. La versión final, nos lo recuerda Paul Hoffman, abogado especializado en derechos civiles (www.aclu.org), "fue el resultado de negociaciones secretas a espaldas del público". A su sombra se creó la oficina de Defensa Patria, con pretensiones de "ampliación jurisdiccional militar" sobre Canadá y México. En segundo lugar, cabe mencionar que con la instauración de tribunales militares secretos (decreto presidencial del 13 de noviembre de 2001), Bush asumió lo que William Safire del New York Times (NYT) calificó de "poderes dictatoriales". Este decreto desestabiliza los equilibrios entre Ejecutivo, Legislativo y Judicial, formalizados en la Constitución, precisamente por la ausencia de autorización alguna por parte del Congreso.

Finalmente, cabe observar, como de manera persuasiva y documentada lo planteó James Petras (La Jornada, 27 de febrero, p. 32), todavía no sabemos quién o quiénes son los responsables de las "dos fases" de ataques, el efectuado el 11/09 y los posteriores ataques bioterroristas, cuyos orígenes, con toda probabilidad, según el director de la FBI, son "domésticos", por lo que cabe retomar algunas características que, histórica y contemporáneamente, han caracterizado las operaciones ya sea de la ultraderecha o de la "comunidad de inteligencia". Me refiero, por ejemplo -y éste es uno entre varios casos históricos- a la serie de eventos creados y manipulaciones del aparato de inteligencia que llevaron al Congreso a promulgar la Resolución del Golfo de Tonkin, que otorgó al Ejecutivo "amplios poderes de guerra", resultado de "ataques no provocados", presumiblemente realizados por botes torpedo de Vietnam del Norte el 2 de agosto de 1964. Como lo he apuntado en otra oportunidad (Memoria, diciembre 2001) a lo largo de los cuatro años que siguieron apareció documentación que mostraba que el ataque había sido provocado por el propio ejército de EU que realizaba operaciones de sabotaje e incursiones contra Vietnam del Norte. Los documentos del Pentágono, consistentes en miles de informes y comunicaciones altamente secretas filtrados por Daniel Ellsberg y publicados por el NYT, mostraron que todo había sido un hábil montaje -un esquema encubierto u operación negra, conocida como OPLAN-34-, una suerte de golpe técnico realizado por los equipos de operadores del vasto sistema de inteligencia de esa nación, encaminado a manipular al Congreso con el fin de que otorgara poderes de excepción al presidente Johnson y justificar ante la opinión pública nacional e internacional la intensificación de la guerra y sorprendentes aumentos de tropa, equipo y presupuestos para las tres armas y los servicios de inteligencia.

Según el teniente Fletcher Prouty, las operaciones negras se han realizado con cierta frecuencia en EU, por lo que existen antecedentes, incluyendo la forma en que se manejó la información clasificada antes del ataque a Pearl Harbor, o en el Golfo de Tonkin, que obligan a ampliar la gama de hipótesis en torno a este grave asunto.