La Jornada.
México 13 de junio de 2002.
Todo indica que el Congreso de Estados Unidos se inclina a apoyar las gestiones de Bush para acelerar la aprobación del Acuerdo del Libre Comercio de las Américas (ALCA) por medio del cual se impulsa la ampliación -y maximización- hacia América Latina de las concesiones irresponsablemente formalizadas en el TLCAN por el gobierno de Salinas.
Impulsada bajo la retórica del "libre mercado y democracia" se realiza en medio de una profundización de la proyección de instrumentos policiaco-militares contrainsurgentes y de una acentuación del "nacionalismo económico" de Estados Unidos. Una postura que se concreta en la adopción unilateral de más proteccionismo y subsidio en áreas vitales como las de alta tecnología -aerospacial, microelectrónica, biotecnología, etcétera-, agrícola y acerera, así como en la aplicación de barreras verdes y una intensa campaña antimigratoria que permite mantener una diferencia fundamental entre el valor de la fuerza de trabajo estadunidense y latinoamericana.
El fenómeno no es nuevo: el contraste entre lo que la potencia norteña "dice" en torno al libre mercado y la democracia, y su práctica proteccionista y militarista caracteriza su política exterior. Ese nacionalismo no se restringe a un endurecimiento comercial, sino que incluye el reconocimiento de una vinculación importante entre la posición competitiva de la primera potencia imperial y su prosperidad doméstica. Un tema que ha suscitado una continua indagación de centros de investigación, por ejemplo del Economics Policy Institute (EPI), pero que no concita mayor atención al sur del Bravo, quizá como resultado de la saturación ideológica que se despliega bajo la rúbrica de la "globalización".
El resurgimiento económico europeo y asiático observado a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado de manera paulatina transformó la concepción básica de los estadunidenses, uno de cuyos principales ingredientes es la intensificación del nacionalismo económico. La estrecha interrelación entre las condiciones económicas y político-militares en ultramar con las domésticas, adquiere dimensiones muy complejas con repercusiones inmediatas hasta la Patagonia, que es necesario evaluar en el contexto del debate sobre el ALCA. En la base del relanzamiento de la paz americana por la vía militar (por ejemplo, el Plan Colombia), en el TLCAN y el ALCA, está el persistente cambio de la posición relativa de las grandes firmas de Estados Unidos que dominaron de manera abrumadora el aparato productivo mundial durante los primeros 25 años después de la Segunda Guerra Mundial.
Ya para 1999, según lo documenta el listado de Fortune (julio 24, 2000), de las 500 empresas más importantes por su nivel de ventas 179 eran de Estados Unidos, 148 de la Unión Europea (UE), 107 de Japón, 12 de Canadá, 12 de Corea del Sur, 11 de Suiza, 10 de China, siete de Austria y tres de Brasil. De igual manera se observan cambios importantes en la posición exportadora de Estados Unidos que pasa de una amplia dominación mundial después de la guerra a la situación de hoy. Según la dirección de estadísticas del FMI, en 1999 las exportaciones totales de Estados Unidos hacia Japón y la UE fueron de 687.5 mil millones de dólares, las de Japón de 421 mil millones de dólares, y las de la UE de 2 billones 92.3 mil millones de dólares.
En materia de inversión extranjera directa las cifras son de 861 mil millones de dólares, 372 mil millones de dólares y un billón 309 mil millones de dólares, respectivamente. Lo anterior muestra la importancia de concretar un traspatio hemisférico como espacio para impulsar las multinacionales de Estados Unidos frente a una UE y un Japón fuertemente preocupantes. Al mismo tiempo que se fortalece el aparato normativo de Estados Unidos, que incluye severas restricciones a la inversión extranjera en áreas estratégicas bajo el rubro de seguridad nacional -aeronáutica, transportación marítima y terrestre, exploración y perforación petrolera, reservas mineras, de gas y agua, sistemas satelitales, etcétera. Proceso que en el contexto post 11/09 se intensifica.
Una síntesis ofrecida por el EPI de encuestas realizadas a lo largo de los años 80 y 90 por Gallup, CBS, NBC, Harris Poll, entre otras, el nacionalismo económico es tema central y el público está "muy preocupado" por el aumento del control extranjero sobre la propiedad de empresas y activos, lo que perciben como "una amenaza a la autonomía del país". Las encuestas indican que el ciudadano promedio siente que la extranjerización del aparato productivo constituye "el símbolo más poderoso de la debilidad económica estadunidense". En una encuesta del Times Mirror (1989), 70 por ciento opinó que la inversión extranjera era "mala" para la economía. Nación de propietarios, los estadunidenses rechazan que los extranjeros dominen su vida económica. Cuando se les preguntó por qué se oponían a la inversión extranjera, la respuesta más común fue que "...los estadunidenses deben ser dueños de Estados Unidos". Esto contrasta con el sistema aperturista de corte imperial que se trata de imponer a América Latina por medio del ALCA.
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