La Jornada.
México 20 de febrero de 2003.
En medio de las masivas protestas contra la guerra que se observaron la semana pasada, se siguieron recibiendo más datos sobre la naturaleza cruda e imperialista que está en la base de la política exterior de Estados Unidos.
El carácter agresivo y abiertamente imperial del gobierno de Bush ha dado el puntapié final a lo que en otra oportunidad califiqué como el ''globalismo pop'', ese discurso fácil, determinista y oportunista que asume que el mercado es el marco de referencia en el que ocurre todo lo demás, una postura adoptada y aceptada por sectores importantes del mundo académico, político y empresarial, y que propone, entre otras falacias, la creciente irrelevancia del Estado y una suerte de disolución del imperialismo en favor de la globalización. Como si la globalización, es decir, la creciente internacionalización de las relaciones económicas, ocurriera en un vacío de poder.
Lo que presenciamos en Barcelona, Madrid, Londres, Nueva York, París y en cientos de ciudades del mundo fueron manifestaciones antimperialistas de enormes proporciones, en un contexto en el que la retórica de una economía política automática difícilmente puede encubrir los impulsos básicos de latrocinio, codicia y hambre lobuna del alto empresariado del capitalismo central y periférico, inmerso como está en una crisis de acumulación que se generaliza a los principales polos económicos y que una guerra como la considerada por Estados Unidos podría acelerar e intensificar en una escala insospechada.
El lema ''kick his ass, get the gas'' (patéale el trasero -a Hussein- y apodérate de la gasolina) que despliegan algunos automovilistas en las carreteras del vecino país norteño, parece haber captado de manera precisa la esencia de una proyección estratégica de poder que combina a la codicia con el genocidio.
Sabemos, por ejemplo, que una guerra contra Irak significa, entre otras atrocidades, la muerte de 30 por ciento de los niños menores de cinco años y de decenas de miles de hombres y mujeres. A las disputas por el botín, en la forma de convenios de construcción, venta de equipo petrolero para la perforación, manejo y mantenimiento de pozos, etc., se agregan las expectativas de la industria de las telecomunicaciones, aeronáutica y de servicios para la obtención de todo tipo de ventajosos contratos, que serían otorgados por el protectorado que Washington espera instaurar en el Irak post-Saddam.
Haliburton y su filial Brown and Root, Chevron, Exxon Mobil, Texaco, DuPont, Shell, Bechtel, Boeing, Caterpillar y decenas de empresas de los más diversos ramos -las mismas petroleras a las que, de manera torpe e irresponsable, el gobierno foxista insiste en introducir en territorio nacional por medio de los contratos de servicios múltiples nada menos que en la Cuenca de Burgos-, serían las beneficiarias inmediatas de esta brutal agresión. No se trata de ''trasnacionales'' que operan en el mundo en el vacío, sin una relación muy directa con el Estado, en este caso de Estados Unidos.
Hago esta aclaración porque en algunos círculos de analistas prevalece todavía la fantasía de que esos entes son stateless corporations (corporaciones sin Estado). Las fantasías del ''globalismo pop'' llevan a algunos a opinar que ''los campos petroleros de Irak no van a ser ocupados por Estados Unidos sino por las trasnacionales''.
De manera -quiero pensar- igualmente cándida se expresan en relación con la presencia, in situ, de esas mismas ''trasnacionales'' en la Cuenca de Burgos. En la base de esta inadmisible amnesia histórica y ligereza analítica está el supuesto, infundado, de una desconexión entre el Estado y la corporación. La simbiosis Estado-corporación es, precisamente, como lo recordó hace algunos días Carlos Fazio desde estas páginas, el meollo del fenómeno imperialista. La declinación relativa de la posición de las firmas estadunidenses en el aparato productivo global, junto con el resurgimiento económico europeo y asiático observado desde la década de los 70, ha propiciado, por un lado, una más densa y compleja relación entre el Estado y las grandes empresas de los países capitalistas centrales, así como una fuerte tendencia por parte de Estados Unidos de utilizar instrumentos económicos -tipo Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), o la International Finance Corporation- y no-económicos, es decir, diplo-militares y de inteligencia para, de cara a la competencia europea y asiática, apuntalar a las firmas que operan bajo su jurisdicción, regulación y apapacho.
Desde la perspectiva de los países de América Latina, África y Asia el nacionalismo económico y las crecientes contradicciones interimperialistas ameritan atención. La postura adoptada por algunos, que al mismo tiempo que idealizan al capitalismo y condenan al nacionalismo es, como bien lo expresa Itzvan Mészáros, ''...abiertamente contradictoria, y no sólo hipócrita. Porque los países capitalistas dominantes siempre ejercieron -y continúan ejerciendo- sus intereses económicos vitales como entes nacionales, combativos, independientemente de toda la retórica y las mitificaciones que dicen lo contrario''.
La observación de Mészáros es crucial, ya que las empresas estadunidenses de mayor calibre en petróleo y gas, telecomunicaciones, bienes de capital, construcción, agricultura, minería, servicios y manufacturas, operan en el mundo y, desde luego, del Bravo a la Patagonia, por medio de una estrecha relación de subsidio y regulación con el Estado nación metropolitano. En especial me refiero a dos puntales de apoyo: el económico, que les abre oportunidades de dominio; en nuestro caso, por medio de instrumentos como el BM y el BID, y el diplo-militar, policiaco y de inteligencia, como los que se despliegan en Irak y otros puntos del planeta, incluido el continente americano.
La guerra en Irak y la disputa por los recursos naturales estratégicos y el botín imperial profundizan las fisuras intercapitalistas. Como resultado de la postura antibélica de Francia y Alemania, los halcones del gobierno de Bush analizan las formas de castigar, económicamente, a esos países europeos. Rumsfeld tiene ya una detallada lista de acciones diseñadas para dañar a esos países; en el caso alemán, para impactar negativamente en firmas vinculadas con el sector bélico-industrial y de servicios, como Dile, EADS Deutchland, Rheinmentall y Krauss-Maffei Wegman.
Otras medidas se dirigen contra Airbus y la participación, en el escenario post-Saddam, del complejo francés Total Fina Elf, y de la rusa Loukhoil y de otras 40 empresas que, según Le Monde, mantienen contratos para explotar, se estima que la cuarta parte de las inmensas reservas petroleras de Irak. La relación empresa-Estado es crucial en esta ecuación. La del botín imperial con el genocidio también lo es.
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