La Jornada.
México 6 de febrero de 2003.
Usar la carta militar para obtener ventajas económicas y geoestratégicas, como lo practica de manera ominosa para la seguridad internacional el gobierno de Bush en su intento por controlar el petróleo de Medio Oriente, está generando acciones, reacciones y contradicciones a lo largo y ancho del orbe, al tiempo que agudiza la incertidumbre económica y pone en entredicho los pilares del derecho internacional y del multilateralismo. Con ello, EU está abriendo una peligrosa etapa hobbesiana en las relaciones de poder internacional. Dada su trascendencia, el fenómeno amerita un cuidadoso escrutinio histórico y contemporáneo.
El unilateralismo de Bush, con su prepotente supuesto de que puede enfrentar solo cualquier combinación de escenarios bélicos, parece repetición del fatal error histórico de otras potencias, de ir más allá de lo que la base económica y política doméstica les permite y que Paul Kennedy llama "sobrextención imperial". El triunfalismo y belicismo de ese gobierno fundamentalista está acelerando el ya perceptible regreso a estrategias y configuraciones de poder anteriores, a escala continental y regional, como las que precedieron las dos grandes guerras. Esta fragmentación se ha venido registrando por la incapacidad de nación alguna para articular el sistema económico internacional. Las formas de organización bloquistas, como recuerda el historiador James Kurth al analizar las causas de la Segunda Guerra Mundial, es uno de los factores básicos de la Gran Depresión, la geopolitización de los bloques económicos y la guerra.
En verdad, entre los factores múltiples de orden económico-financiero, político militar, cultural y étnicos presentes en la etiología de la Segunda Guerra Mundial, sin duda jugó un papel preponderante el tipo de internacionalización económica caracterizada por la creciente incapacidad de los mecanismos económicos internacionales de ofrecer certidumbre, especialmente en el comercio de materias primas fundamentales para la industrialización.
La guerra por el petróleo de Bush en Medio Oriente está profundizando de manera alarmante esas incertidumbres, dado el papel central del combustible en el funcionamiento de la economía contemporánea. La geopolitización regionalizada se da hoy, conforme los problemas de competencia comercial, industrial y financiera se trasladan de lo puramente económico a las esferas de frecuentes enfrentamientos político-militares para lograr accesos privilegiados a los recursos naturales estratégicos, como es el caso de Medio Oriente. Observamos la conformación de amurallamientos migratorios y comerciales en zonas de exclusividad para el comercio y las inversiones (como el ALCA, auspiciado por EU) y en crecientes manifestaciones de proteccionismo y de nacionalismo económico, como es el caso también de las tarifas al acero impuestas por Bush, la guerra por los subsidios agrícolas entre EU y la Unión Europea, y una amplia batalla en torno a los apoyos estatales a las áreas de alta tecnología, en especial en el sector aeroespacial, algo que el gobierno de Bush alienta inyectando fondos por medio del Sistema Antibalístico Nacional. Nueve de cada 10 proyectos de la NASA, por ejemplo, son manejados por empresas privadas como Boeing, Lookheed y Rockwell.
La guerra por el petróleo de Bush en Medio Oriente está profundizando de manera alarmante esas incertidumbres, dado el papel central del combustible en el funcionamiento de la economía contemporánea. La geopolitización regionalizada se da hoy, conforme los problemas de competencia comercial, industrial y financiera se trasladan de lo puramente económico a las esferas de frecuentes enfrentamientos político-militares para lograr accesos privilegiados a los recursos naturales estratégicos, como es el caso de Medio Oriente. Observamos la conformación de amurallamientos migratorios y comerciales en zonas de exclusividad para el comercio y las inversiones (como el ALCA, auspiciado por EU) y en crecientes manifestaciones de proteccionismo y de nacionalismo económico, como es el caso también de las tarifas al acero impuestas por Bush, la guerra por los subsidios agrícolas entre EU y la Unión Europea, y una amplia batalla en torno a los apoyos estatales a las áreas de alta tecnología, en especial en el sector aeroespacial, algo que el gobierno de Bush alienta inyectando fondos por medio del Sistema Antibalístico Nacional. Nueve de cada 10 proyectos de la NASA, por ejemplo, son manejados por empresas privadas como Boeing, Lookheed y Rockwell.
Con la guerra se profundizan las fisuras trasatlánticas, aumenta la incertidumbre en los mercados y se dan incidentes que ahondan las divergencias intraeuropeas, algo que quedó manifiesto en el comunicado francoalemán de rechazo a la agresividad belicista de Bush. Aunque algunos países europeos cuyos lideratos están más sometidos a los lineamientos de la política estadunidense como Inglaterra, España, Italia, Portugal y la República Checa, entre ellos, con una opinión pública y mundial contra la guerra el posicionamiento francoalemán cuenta con amplio respaldo político en Europa.
Contra la precipitación belicista de Bush, Francia y Alemania mostraron su influencia al diferir una petición de apoyo militar de la OTAN hecha por la Casa Blanca. Según encuestas difundidas la semana pasada, los europeos no sólo rechazan tajantemente la guerra de Bush, sino que, en números sorprendentes, manifiestan abiertas dudas y sospechas sobre los motivos reales del texano. Time (3/2/03) informa que 75 por ciento de los franceses y 54 por ciento de los alemanes creen que el objetivo de Bush es geoestratégico y empresarial, es decir, el control del petróleo iraquí. Es una sospecha ampliamente avalada por varios estudios que se dieron a conocer en Washington, en los que se indica que el gobierno estudiaba diversas experiencias decimonónicas de ocupación territorial y de recursos naturales en otros países con el fin de determinar cuál sería el modelo "adecuado" para lo que voceros oficiales plantean abiertamente como un protectorado militar o civil para el periodo post Saddam, aunque el secretario de Estado, Colin Powell, haya manifestado recientemente que lo que Washington intenta es "administrar el petróleo iraquí en beneficio del pueblo iraquí".
Pero si en Europa se estima de manera mayoritaria y como otro de los motivos centrales que Bush desea una guerra relámpago para mejorar su posición electoral en 2004 y finalmente "vengar a su papá", en EU la situación es similar. Además de la creciente organización de la oposición a cualquier acción bélica unilateral por parte de su país, los consejos municipales de 80 ciudades pequeñas, medianas y grandes, entre ellas Chicago y Detroit, se han manifestado formalmente contra la guerra. En el plano externo la fisura trasatlántica se acrecienta, tanto en términos geoestratégicos (Francia y Alemania tienen inversiones en la industria petrolera iraquí valoradas en decenas de miles de millones de dólares que quedarían a merced del protectorado que instauraría Bush en Bagdad), como políticos. Según declaraciones de un diplomático estadunidense en Europa, "la batalla por la opinión pública europea se ha perdido".
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