La Jornada.
México 18 de agosto de 2005.
En momentos en que los precios del petróleo se disparan tanto por el aumento de la demanda mundial, la ocupación militar de Irak como por evidencias de límites geológicos de las reservas de petróleo convencional, la opción nucleoeléctrica resurge de las cenizas de Chernobyl, promovida por la "Comisión Cheney sobre Energía" como la opción energética más barata y limpia, paradójicamente en medio de amenazas de Bush contra Irán, precisamente por la vinculación entre los residuos de la nucleoelectricidad y el armamentismo nuclear.
Calentar agua con un reactor para generar electricidad, aunque no produzca gases con efecto invernadero, es una opción sumamente peligrosa y cara. En el mundo existen más de 300 centrales nucleoeléctricas y sólo entre 1971 y 1986 ocurrieron 156 accidentes en 12 países, como lo recordó en 1991 Vladimir Chernousenco, director del Laboratorio de Física No Lineal de la Academia de Ciencias de Ucrania, en entrevista sostenida con Raquel Peguero. Sus conceptos, incluidos en el impactante libro de Guillermo Zamora: Caso Conasupo: la leche radiactiva (Planeta 1997) indican que la opción nucleoeléctrica sólo en apariencia es barata y limpia, ya que se ocultan otros costos, como el de que los reactores deben "alimentarse de uranio que luego se convierte en plutonio y no es posible almacenarlo en ninguna parte, además de que es extraordinariamente peligroso.
Otro, el costo de hacerlo seguro y finalmente su desmantelamiento después de 30 años, cuando las plantas se vuelven obsoletas y esto es sumamente caro". (p. 61). En efecto, hoy la prensa de Estados Unidos informa de la polémica en torno a usar territorio de Arizona como el basurero para los residuos radiactivos acumulados por la industria "civil" y militar de EU. Es imposible mantener seguro un material que permanecerá activo por decenas de miles de años. A ello se suman los peligros del armamentismo impulsado por Bush que aumenta el uso del plutonio.
En México, con la nucleoeléctrica de Laguna Verde llegando a su obsolescencia, debe exigirse una evaluación ambiental y de los contratos y empresas involucradas en su desmantelamiento. El accidente ocurrido el 15 de abril de 1986 por el fallo del reactor cuatro de la nucleoeléctrica de Chernobyl puede repetirse. Georgi Arbatov, entonces director del Instituto Moscovita sobre EU, (llamado el Kissinger de Oriente, aunque jamás fue responsable de crímenes de guerra, que a fin de cuentas, es el meollo de la gestión pública de Kissinger), indica que ese accidente fue comparable con una explosión atómica en la atmósfera, evaluación que se ajusta a la de Chernousenco encargado además de los trabajos de limpieza de Chernobyl, condenado a muerte por la radiación recibida en el curso de esa misión y quien advirtió a Gorbachov que "el desastre de Chernobyl puede considerarse entre los más graves del desarrollo de la civilización entera".
En la Federación Rusa, hasta 1991, habían sido afectadas 5 millones de personas, con más de 10 mil víctimas mortales y todavía para esa fecha vivían otros 8 millones en lugares contaminados. (p.60). El físico indica que, a principios de los 90, el área total sujeta a la contaminación radiactiva era de 100 mil kilómetros cuadrados mientras se siguen descubriendo nuevas concentraciones de contaminación, y más de 35 millones de personas, en distintos grados, han estado sujetas al ataque radiactivo (p.63). Después del siniestro se detecta que la radiactividad llegó también a los suelos, alcanzando a todos los países de Europa, afectando a la vegetación, animales, alimentos y a los seres humanos.
El veneno radiactivo se propagó por todo el viejo continente y cruzó el Atlántico, "atracando" en Veracruz y afectando a nuestra población y niñez, no por el "régimen de vientos", sino por el régimen de cinismo, corrupción, irresponsabilidad, codicia e impunidad de los ex presidentes Miguel de la Madrid y Carlos Salinas. Así lo demuestra Zamora al describir el modus operandi del aparato de poder -políticos, empresas públicas y privadas y académicos-, involucrado en uno de los más arteros asaltos contra la salud de la población mexicana, concretado en la compra y distribución de entre 17 y 43 mil toneladas métricas de leche en polvo de la República de Irlanda, contaminada con cesio 137 y estroncio 90.
En su prólogo, Homero Aridjis, del Grupo de los Cien, recuerda que la Organización Mundial de la Salud había advertido al gobierno mexicano sobre la leche radiactiva, "pero la Secretaría de Salud, bajo la responsabilidad de los doctores Guillermo Soberón, secretario, y Jaime Martuscelli, subsecretario...autorizó la distribución y comercialización de la leche". Al referirse a la negligencia criminal de los responsables en esta materia, el físico Miguel A. Valdovinos indica que el Laboratorio de Monitoreo y Dosimetría Ambiental de Laguna Verde encontró dosis significativas de radiactividad en las muestras de la leche, "provocándose el peor accidente radiológico ocurrido en la historia de México, consecuencia, a su vez, del peor accidente radiológico ocurrido en el mundo".
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