La Jornada.
México 20 de enero de 2005.
Hoy da inicio el segundo periodo presidencial de George W. Bush (2004-2008). La ceremonia inaugural ocurre en medio de una incalificable carnicería en Irak (más de150 mil civiles muertos, casi mil 500 bajas estadunidenses) y de una inusitada resistencia a la ocupación que compromete la proyección militar de Estados Unidos en el mundo.
Además de una desestabilización de la geopolítica global por las guerras preventivas y la diplomacia de fuerza en vigor bajo la rúbrica de "guerra antiterrorista", se acusa a Bush de una sistemática violación de los derechos humanos y políticos dentro y fuera de su país, el desprecio del derecho internacional, así como en los días recientes denuncias del conocido periodista Seymour Hersh sobre preparativos presumiblemente de "guerra aérea" o sabotaje contra Irán, mediante operativos de las fuerzas especiales en su territorio para identificar blancos de ataque.
Las acciones de Bush en Medio Oriente, en los países poseedores de los mayores campos petroleros del planeta, Arabia Saudita, Irak e Irán, indican que el petróleo y la diplomacia de fuerza ("terrorismo de Estado") continuarán como ejes articuladores de su política exterior. Bajo la cubierta de la "guerra antiterrorista", sea por medio de operaciones clandestinas de corte político-económico, paramilitar y electoral en países productores de combustibles fósiles, entre ellos México, Venezuela, Colombia, Bolivia y Nigeria, o de agresiones militares preventivas en Medio Oriente, la Casa Blanca muestra su firme convicción de que su misión central reside en colocar al Departamento de Defensa, al aparato de espionaje y al Departamento de Estado -ahora a cargo de Condoleezza Rice (ex empleada de Texaco)- al servicio de los grandes monopolios petroleros.
La simbiosis que hoy se percibe entre el aparato de Estado y las grandes empresas, en este caso del gas y del petróleo, no es nuevo en la política exterior, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial. Así se comprueba de manera concisa y esclarecedora en el libro de Michael T. Klare, Blood and Oil (New York, Metropolitan, 2004), donde el autor ofrece abundante evidencia documental que demuestra la centralidad del petróleo en la planeación y las operaciones militares del Pentágono en general y de su Comando Central en Medio Oriente.
Declaraciones del vocero de Bush en las cuales afirma que "el único interés de Estados Unidos en la región del Golfo es ampliar la causa de la paz y la estabilidad y no la capacidad iraquí de generar petróleo" o del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, quien aseguraba con la mendacidad que le caracteriza que la guerra contra Irak "no tenía nada que ver con el petróleo y quien piense de otra manera no comprende la situación" han caído en el mayor de los desprestigios. Un predicamento ante la opinión pública sólo superado por el profundo descrédito tras el empleo sistemático de la tortura en Guantánamo y Abu Graib y el uso, igualmente sistemático, de la mentira, como ocurrió en torno a las armas de destrucción masiva en Irak, principal "motivo" utilizado para "justificar" la agresión militar.
La explotación político-electoral del miedo generado por el 11-9 fue central en la "relección" de Bush, así como la utilización del término "terrorismo". La clarificación del concepto es necesaria, especialmente porque después del 11-9 la Casa Blanca lo utilizó como parte de la retórica para la guerra en Afganistán y la toma militar de los vastos recursos petroleros de Irak. Desde tiempo atrás (por ejemplo durante la Revolución Francesa) se usó el término "terrorista" como epíteto para calificar a los oponentes políticos y hoy no es la excepción: cualquiera puede ser (o dejar de ser) "terrorista" en cualquier momento, dependiendo de los giros en los negocios -particularmente petroleros- o en la política exterior.
Quien deseé indagar por qué Bush "flexibilizó" el embargo de 18 años contra Libia y cómo Qadafi pasó de la noche a la mañana de "terrorista" a "casi amigo" de la Casa Blanca sólo tiene que averiguar los detalles de los compromisos de "apertura" negociados por Abdulla Salem El-Badri, encargado de la Corporación Nacional Petrolera de Libia, con Occidental Petroleum, ExxonMobil, ConocoPhillips, Amerada Hess y Maratón. Los convenios entre las petroleras y el gobierno libio (Fortune, 28/6/04,) nos explican el misterio de la transustanciación de Qadafi, ya que "la sola perspectiva de contar con una nueva fuente de abastecimiento petrolero fue suficiente para ayudar al gobierno -de Bush- a olvidar el apoyo pasado de Qadafi a los terroristas" (pp. 29-30). La "purificación" de Qadafi fue favorecida por el hecho de que el crudo libio es de alta calidad -bajo en sulfuro-, "ideal para las refinerías de Estados Unidos". Mejor aún: "lo que hace más atractivo el asunto para las empresas petroleras estadunidenses es el hecho de que los tanqueros procedentes de Libia pueden llegar a Estados Unidos en la mitad del tiempo que consumen los provenientes del golfo Pérsico".
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