La Jornada.
México 3 de abril de 2003.
Las más recientes informaciones e imágenes transmitidas sobre la guerra de conquista de Bush contra la población iraquí (cruel operación en pos de su vasto patrimonio petrolero) han conmovido a la opinión pública mundial, causando una mezcla de indignación, consternación e ira ante el espectáculo dantesco: miles de civiles inocentes muertos y heridos; niños y niñas mutilados; padres y madres desesperados, tratando de identificar a los suyos en los depósitos de cadáveres despedazados y brutalizados por los genocidas ataques aéreos. Las cadenas televisivas que no se han sometido a la censura del Pentágono están mostrando al mundo un infierno, cuyas puertas abrió irresponsablemente este "presidente" empeñado en ingresar, junto con su primer círculo de colaboradores, al nicho reservado por los tribunales de Nuremberg a quienes han desolado a la humanidad. Si las consecuencias humanas de una masacre como la que presenciamos, motivada por la codicia y el control de la principal cuenca petrolera del planeta, son profundas desde la perspectiva humanitaria y legal, las de orden geopolítico y estratégico, resultado de una "guerra de autodefensa anticipatoria" (preventive war), son abrumadoras.
Al igual que en Palestina y Afganistán, el feroz ataque es una brutal bofetada contra el nacionalismo árabe y los mil millones de seres humanos identificados con el Islam. Es uno de los errores de mayor calibre histórico jamás perpetrados por la presidencia imperial estadunidense. Hace poco el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, uno de los políticos de la región más plegados a acciones bélicas de Estados Unidos, advirtió que "...esta guerra va a tener graves repercusiones, incluyendo la unificación de los grupos terroristas. Vamos a tener un centenar de Bin Laden". En efecto, Bush enajenó a generaciones enteras en el Medio Oriente y en el mundo, cosechando enemistades y represalias a escala colosal, mientras el escenario bélico se le complica tanto como todo su sistema de alianzas dentro y fuera de Medio Oriente.
Al igual que en Palestina y Afganistán, el feroz ataque es una brutal bofetada contra el nacionalismo árabe y los mil millones de seres humanos identificados con el Islam. Es uno de los errores de mayor calibre histórico jamás perpetrados por la presidencia imperial estadunidense. Hace poco el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, uno de los políticos de la región más plegados a acciones bélicas de Estados Unidos, advirtió que "...esta guerra va a tener graves repercusiones, incluyendo la unificación de los grupos terroristas. Vamos a tener un centenar de Bin Laden". En efecto, Bush enajenó a generaciones enteras en el Medio Oriente y en el mundo, cosechando enemistades y represalias a escala colosal, mientras el escenario bélico se le complica tanto como todo su sistema de alianzas dentro y fuera de Medio Oriente.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se ha observado que conforme se amplía e intensifica la diplomacia de fuerza, también aumenta la masa de agredidos, dispuestos a actuar ante esa "diplomacia", observándose la incapacidad estadunidense para controlar los efectos inesperados y las respuestas de las víctimas a corto, mediano y largo plazos. Según Chalmers Johnson, a este fenómeno se le conoce en la jerga de la seguridad nacional estadunidense como blowback, una suerte de efecto bumerán (ver Blowback, Metropolitan Books, New York, 2000).
El término blowback, dice Johnson, "fue inventado por funcionarios de la CIA para uso interno y empezó a circular entre los estudiosos de relaciones internacionales. Se refiere a las consecuencias no esperadas de operaciones que fueron mantenidas en secreto y sin que los estadunidenses se enteraran. Lo que la prensa diariamente califica de 'actos malignos' provenientes del terrorismo o de los capos de la droga, los rogue states, o de los mercaderes ilegales de armas, a menudo resultan ser el blowback de operaciones estadunidenses realizadas anteriormente".
Por lo pronto, la ineptitud técnico-militar y diplomática desplegada por la Casa Blanca en Irak y en el Oriente Medio se traduce en una regionalización del conflicto, como la que parece materializarse con el ingreso de facto de Siria e Irán al teatro de operaciones, ya que han sido "acusadas" por los halcones de Bush de poseer armas de destrucción masiva y de apoyar a Irak.
La hecatombe humana en Irak está impulsando una espiral de violencia e incertidumbre en todos los niveles del espectro de la guerra.
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