La Jornada.
México 17 de abril de 2003.
Exceptuando algunos círculos intelectuales fuertemente impactados por la idea de que ya habíamos arribado a la época en que el fenómeno imperialista había quedado atrás y nos adentrábamos en una suerte de "globalidad posmoderna", hoy a pocos sorprende que la guerra de conquista, ocupación y reconstrucción de Irak siga la pauta colonial-imperial de la pax americana, centrada en los intereses cortoplacistas de algunas grandes corporaciones de la potencia norteña políticamente vinculadas a la Casa Blanca.
Hace pocos años, cuando organizaba un seminario internacional en la Universidad Nacional Autónoma de México, se me aconsejaba no usar la palabra "imperialismo" en la convocatoria, porque después de la caída del muro de Berlín -me decía un colega italiano- eso "...olía a leninismo, algo mal visto por la intelectualidad progresista de Europa". Y es que, independientemente de las fantasías globalistas de las clases medias metropolitanas (asimiladas y repetidas por loritos locales siempre dispuestos a encabezar las modas de turno), el fenómeno de la internacionalización económica, caracterizada por el crecimiento de los flujos de mercancías, capital y tecnología observados durante las últimas décadas, en ningún momento dejó de ocurrir en contextos de relaciones imperialistas, es decir, de entramados de poder leoninos y asimétricos, signados por la explotación de la periferia capitalista, tal como han quedado formalizados, por ejemplo, en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Se nos ha dicho que la brutal y genocida guerra de autodefensa anticipatoria contra Irak la realizó el gobierno de Bush "por razones de seguridad nacional". Y la evidencia muestra de manera contundente que así es, siempre y cuando se tenga presente, como irónicamente expresara Markus Raskin, estudioso de la política estadunidense que integró el Consejo de Seguridad Nacional en tiempos de Kennedy: "...la seguridad nacional es un negocio; los negocios son la seguridad nacional", definición signada por la ironía no menos que por la observación objetiva de los fenómenos alrededor de la simbiosis Estado-empresa.
El tráfico de influencias y la corrupción llegan rápidamente al descaro e impunidad en el programa de reconstrucción de Irak, elaborado desde hace meses alrededor de los intereses empresariales del primer círculo de socios políticos del gobierno de Bush. Es una camarilla que se lanza sobre erogaciones públicas, conservadoramente estimadas en 100 mil millones de dólares durante los próximos tres años, y que además contempla la explotación de las enormes reservas petroleras de Irak. El gobierno de ocupación militar que ha considerado Bush sigue la pauta de la pax británica. Desde la perspectiva del nacionalismo iraquí esto significa una regresión histórica de enorme magnitud. Recuérdese que Irak surge como Estado nacional después de la Primera Guerra Mundial, resultado del desmembramiento del imperio otomano y que logra su independencia en 1932. A pesar de que fue el primer país árabe que se liberó del sistema colonial, se trata, sin embargo, de una "independencia" de soberanía limitada por los compromisos con Londres, que mantenía prerrogativas como el derecho de mantener tropas en todo el territorio iraquí, así como el control de la hacienda pública y de los vastos yacimientos petroleros.
El esquema de Bush sigue este diseño colonial-imperial. El Pentágono ya elabora presupuestos para establecer bases militares y el despliegue de tropas en puntos clave del territorio para "asegurar" los pozos e instalaciones petroleras de Irak. El FMI y el Banco Mundial, instrumentos claves de proyección de poder de la presidencia imperial, están listos para manejar y encauzar la "hacienda pública" de lo que sólo puede calificarse como protectorado, mientras el control metropolitano del petróleo es impulsado mediante un esquema en el cual el Estado iraquí pierde el manejo directo de su principal eje de acumulación, mismo que pasa a manos de empresas extranjeras que se hacen cargo de los campos petroleros. Se trata de entes entre los que sobresalen Exxon-Mobil, Texaco-Chevron y otros dedicados al negocio de la contrucción y a ofrecer servicios en el ramo petrolero encabezados por Haliburton y Bechtel.
En efecto, una de las primeras misiones del general y hombre de negocios Jay Garner -nombrado por el Gran Elector George Bush, como gobernador de facto de 23 millones de iraquíes- se encamina, según explicó recientemente Ariel Cohen, analista de la derechista Fundación Heritage, a "introducir el capitalismo en remplazo del sistema socialista de control centralizado que existe en Irak desde la década de 1960" (sic) (Fortune, 31/3/03).
En fin, la ocupación colonial de Bush y su protectorado, que ya genera amplio rechazo popular en Irak, Medio Oriente y en el mundo entero, es un riesgoso ataque al Islam y al nacionalismo árabe e iraquí.
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