La Jornada.
México 12 de diciembre de 2002.
Son indudables los orígenes históricos y las raíces en la economía de la crisis agrario-campesina que vive el país. Aunque pocos dudan en localizar el fenómeno en el modo en que opera nuestra economía, muchos se inclinan, con razón, a no excluir como parte nodal del análisis a los actores político-institucionales y a las empresas domésticas e internacionales involucradas.
Esa crisis no es resultado de necesidades económicas o de fuerzas estructurales externas "omnímodas e incontrolables" ante las cuales no habría salida, sino de opciones políticas. No estamos a merced de las fuerzas del mercado agrícola; de ser así, mejor cerramos el changarro y nos vamos a casa. No es desde el "mercado" donde surgen decisiones como eliminación de subsidios y de precios de garantía, retiro del crédito agrario y la consecuente desmecanización del campo o la desaparición de los instrumentos de regulación de precios. El desplome de la inversión pública en 80 por ciento en 10 años no resultó de la "globalización". Fueron decisiones políticas, ciertamente bajo el impulso de grupos de interés y el estímulo específico de cuantiosos préstamos del Banco Mundial (BM), verdaderos cañonazos dirigidos a impactar el proceso de toma de decisiones en materia agraria. Toda modificación y rectificación es deseable y posible. Hay espacios y, si no, se forjan mediante la acción política para hacer todo tipo de replanteamientos y reordenamientos.
La internacionalización económica, entendida como categoría científica con base en el análisis histórico, plantea que el presente estadio del capitalismo no muestra rupturas fundamentales con la experiencia del pasado en lo que se refiere al asimétrico contexto de poder internacional y nacional en el cual ocurren los flujos comerciales, de inversión, las transferencias de tecnología y esquemas productivos. Es un marco de referencia cambiante con persistentes modificaciones en su correlación de fuerzas, internas y externas. Esta observación es crucial en toda reflexión en torno a los traumáticos programas y esquemas aplicados en México, que han llevado a nuestra agricultura a una de sus más graves crisis desde 1910, y si bien no se originan en el TLCAN, sí logran la formalización y profundización de abismales asimetrías, por ejemplo en el capítulo agrícola bilateral torpemente acordado por Salinas con EU. La forma en que el salinato "negoció" el TLCAN fue descrita sucinta y reveladoramente cuando Fred Bergstern, entusiasta del librecambismo, reprochó a los diputados demócratas su negativa a concederle a Clinton el fast track para extender el TLCAN a Latinoamérica por medio del ALCA. Sobre todas las ventajas logradas por Washington les dijo: el TLCAN "...fue negociado con una nación -México- que aceptó todas las condiciones e hizo todas las concesiones". Y es que Salinas no negoció: cedió a espaldas del interés público nacional. En muchos rubros, particularmente en el agrícola, arrojó a nuestros agricultores al ring, como quien se lanza a enfrentar a Tyson, atados de pies y manos y con un árbitro inclinado en favor del más fuerte. El fenómeno sólo puede explicarse identificando a los actores político-empresariales involucrados y a las relaciones clientelares, de dominación o corrupción establecidas entre ellos. Ahí están las empresas, los importadores, los exportadores, los funcionarios, el aparato corporativo y el BM. Ahí están víctimas y beneficiarios. Ni la economía ni el mercado existen en un vacío de poder. La crisis agrícola-campesina mexicana ocurre en un largo torrente histórico y en un caldo de relaciones de poder profundamente leonino en el orden económico-estratégico en el que se fusionan las fuerzas oligarquizantes con los esquemas imperialistas fuertemente impulsados por la Casa Blanca desde el BM. Son relaciones signadas por la inequidad, el conflicto, la dominación, la apropiación del excedente y las contradicciones interestatales, de clase y etnia, de género y de mercados. Como en varias ocasiones ha sugerido M. Kaplan (La formación del Estado latinoamericano, Amorrortu, Buenos Aires,1967), históricamente la internacionalización económica en América Latina se concreta en el comercio exterior y en los flujos de inversiones extranjeras, y ha sido mediante esos dos pivotes que se han incorporado a nuestra dinámica las imágenes, valores, ideas, costumbres, instituciones, bienes, pautas y aspiraciones de consumo que influyen en la economía, la organización subordinada a los ordenamientos internacionales de los países capitalistas centrales.
En México la expresión oligárquica clásica de este tipo de modernización capitalista, el porfiriato, también se centró en la formación de un Estado oligárquico hegemonizado por sectores nacionales y extranjeros unificados por un interés común en la vigencia de una política librecambista y en una coparticipación en la apropiación del excedente. En el porfiriato se instala la "neutralidad malevolente del Estado", ya que por medio de la inversión extranjera y el comercio exterior se profundiza la descapitalización, el drenaje hacia afuera de lo más cuantioso del excedente generado internamente, mientras la oligarquía porfiriana desperdicia su tajada del pastel canalizando sus actividades hacia la usura, la intermediación, la especulación y el consumo suntuario.
Leopoldo Zea lo sintetizó así: "Una pequeña, pero poderosa oligarquía se había formado alrededor del presidente, quien les había otorgado el derecho de enriquecerse. Este pequeño grupo poseía toda la riqueza del país; sus miembros daban preferencia a sus amigos en la distribución de la prosperidad. Cliques surgidas a la sombra de los bancos monopolizaban todas las ganancias y hacían que el progreso social fuera otra leyenda nada más. Ciegos ante los problemas de su país, esas gentes sólo se preocupaban de sus propias ganancias". Esta bien lograda síntesis del porfiriato describe de manera igualmente nítida algunas tendencias que han cimbrado a la sociedad mexicana de nuestros días. Las semejanzas y diferencias entre estos periodos son profundas, pero la comparación histórica es importante.
En un artículo en que se revisa lo que ha venido ocurriendo a la agricultura mexicana desde la "reforma" constitucional al artículo 27 en materia agraria, un conocido semanario estadunidense calificó el proceso de "la revancha de don Porfirio". Los editores evitaron mencionar lo que siguió a la "modernización agraria" de don Porfirio y su pax porfiriana. Posiblemente para no sembrar el desasosiego entre sus lectores.
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