La Jornada.
México, 4 de abril de 2002.
Al reflexionar sobre la creciente militarización y unilateralidad que caracterizan a la política exterior del gobierno de Bush, Jorge Beinstein, de la Universidad de Buenos Aires, comentaba hace unas semanas que hecho el análisis desde una perspectiva que contemple tanto las fortalezas como las contradicciones del capital, en verdad "Estados Unidos está enfrentando situaciones que se le escapan de las manos y trata de resolverlas por la fuerza" (Granma, 15/02/02).
La necesidad permanente de intervenir sin ofrecer soluciones factibles, si bien evidencia como objetivo el control militar del planeta, especialmente de aquellas zonas con recursos naturales estratégicos -petróleo, gas natural, agua dulce, biodiversidad, minerales-, no es un indicativo de fuerza, sino de debilidad al acentuarse las vulnerabilidades propias de lo que Paul Kennedy advirtió como característica de las grandes crisis de sucesión hegemónica: la sobre-extensión imperial, caracterizada por una creciente brecha entre las capacidades económicas endógenas y la multiplicación de compromisos geopolíticos en todos los continentes.
Este proceso ocurre en estrecha relación con una crisis estructural que se viene observando desde principios de los años setenta del siglo pasado y que ya se manifiesta en la conformación de bloques económicos, con manifestaciones de orden mayor en varios rubros, pero de manera prominente en la transformación de la estructura de poder del sistema monetario internacional. Es un hecho que las instituciones económicas utilizadas como instrumentos de proyección de poder de los acreedores -FMI-BM-BID y OMC- experimentan una creciente erosión gestada al calor de las fuerzas centrífugas, que ahora ya no emanan exclusivamente desde Estados Unidos, sino también de la Unión Europea y Asia, con China, Japón e India a la cabeza. El potencial para dividir la economía global en zonas monetarias se está concretando con enormes repercusiones, que para Washington son de particular importancia porque, después de todo, se trata de la presencia de retadores hegemónicos en el área monetaria, que ha sido y es crucial para la pax americana.
El ex banquero de Wall Street, consejero de presidentes y actual profesor universitario Jeffrey E. Garten, en un libro publicado en 1992 (A Cold Peace), dedicado al estudio de la lucha por la supremacía entre Estados Unidos, Japón y Alemania, recordaba que el primero derivó grandes beneficios por contar con la moneda más fuerte en el campo internacional. Podía imprimir dólares sin mayor disciplina en cuanto a los montos, ya que se partía de la premisa de que todo mundo deseaba esa moneda. Hoy los inversionistas tienen otra opinión. Podía, además, endeudarse en su propia moneda, y consecuentemente no preocuparse porque las tasas de interés incidieran en mayores costos en el servicio de la deuda externa, privilegio de enormes consecuencias, especialmente cuando, como ocurrió durante el gobierno de Reagan, se observan inusitados aumentos en el gasto público por la vía del parasitario sector militar.
El monopolio monetario permitió transferir a otros parte de los costos. También Estados Unidos obtuvo grandes beneficios políticos, ya que, como indica Garten, "el dólar representó algo más que una moneda: fue el símbolo del poderío estadunidense". El grado en que esas ventajas se verían mermadas hoy depende en gran medida del éxito de monedas como el euro, algo íntimamente vinculado con las contradicciones que está generando la unilateralidad militarista de Bush, por ejemplo en la relación entre la Unión Europea y Rusia, nación incorporada de nueva cuenta por el Pentágono a la lista de blancos potenciales de ataque nuclear.
Rusia realiza 80 por ciento de sus transacciones de comercio exterior en dólares, pero mientras su intercambio comercial con la UE es 40 por ciento del total, sólo 8 por ciento se realiza con Estados Unidos. Como indica una nota publicada por Brecha (1/02/02), para el exportador ruso operar en euros es atractivo porque evita cambios de divisa, lo que ciertamente tenderá a impactar el comercio mundial de materias primas estratégicas. Considérese que ya la mitad de las exportaciones de gas ruso del consorcio Gazprom -25 por ciento de las reservas mundiales- se realiza en euros y algo parecido pasa con la madera. Una Rusia sistemáticamente agredida por Washington, fácilmente puede fungir como caballo de Troya para introducir el euro en el mercado petrolero. Como advertía Fabián Estapé en el diario barcelonés La Vanguardia al discutir la viabilidad del euro: "el día que la compra y venta de petróleo se haga en euros, creeré en el euro". Es cierto que la relación estratégica entre Rusia y la UE es mucho más compleja que la derivada del comercio de materias primas estratégicas, pero uno de sus elementos básicos se centraría en el hecho de que, como apuntan los analistas de Brecha, abrir un boquete que desplace al dólar en asuntos energéticos es algo serio y cargado de implicaciones para el imperio mundial del dólar. "Rusia tiene reservas en dólares por 40 mil millones de dólares, China por 166 mil mdd y Japón por 350 mil mdd. Ese dinero es como un crédito sin interés para la economía estadunidense, que se perdería y crearía graves problemas en caso de una emigración significativa hacia el euro. El uso del euro en el comercio energético entre Rusia y la UE podría ser el principio de tal emigración... Rusia podría ser la gran oportunidad del euro".
Las contradicciones que genera el belicismo bushiano son mucho más extensas, ya que estados estigmatizados por la diplomacia estadunidense: Irak, Irán y Libia, entre otros -y crecientemente la Venezuela de Chávez-, bien podrían seguir el ejemplo de Gazprom. Agréguese a esto la profunda desestabilización de Medio Oriente, a consecuencia de la masacre de corte neohitleriano perpetrada por Sharon -con el aval de Bush- contra los palestinos, y se tendrá una aproximación del polvorín planetario que está gestando la ultraderecha instalada desde el 11/09 en los altos mandos político-militares de la presidencia imperial.
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