jueves, 22 de diciembre de 2016



Fidel Castro: la gran travesía humana al futuro

John Saxe-Fernández En este artículo: Cuba, Fidel Castro Ruz


Cuba Debate 17 noviembre 2010

Sr. Embajador de Cuba, Manuel Aguilera, señoras y señores:
agradezco desde lo hondo esta invitación que me hace La Jornada y Casa Lamm. Lo digo de manera sentida, porque cuando se hace una reflexión sobre Fidel Castro tenemos ante nosotros, los que éramos adolescentes latinoamericanos cuando la Revolución Cubana marchaba victoriosa por Santiago y La Habana, a una “persona” en interlocución persistente con nosotros desde entonces

y por tanto, con ese tipo de intimidad en la génesis del carácter que sólo se asigna a “los otros significativos”, que forman parte dinámica del eje que Freud identificó como “el yo”, en permanente “manejo y mediación” entre el “id” y el “super-yo”, es decir, de alguien que caminaba junto al pueblo cubano y también con nosotros, en la intimidad subjetiva, y al mismo tiempo -y esto es lo trascendental-, asimilábamos la otra dimensión de esa persona, la histórica y ancestral, que Juan Bosh -quien nos enseñó a entender el “imperialismo”- con aguda -y madura- percepción calibró, al pasar de varias décadas, como una inmensidad histórica cubana, caribeña, latinoamericana, mundial: para mí esencialmente humana, en sentido profundo, antropológico: es decir con un vínculo arraigado en nuestros ancestros, en los homínidos, en la forma en que la familia Leaky y en particular, tiempo después, Richard Leaky,1 nos enseñaron a pensar el camino humano, medido en millones de años de evolución.

En mi experiencia se dio el cruce biográfico entre Darwin y Castro porque las noticias de lo que ocurría en Cuba, abriendo caminos al futuro en 1959 y mostrándonos a los que apenas salíamos de la secundaria, que las carnicerías oligárquico-imperiales como la batistiana podían ser vencidas, llegaban junto a la celebración, ese año, del cen tenario de la publicación del Origen de las Especies, alrededor del cual, a los 19 años, escribí y publiqué mi primer artículo, en la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica.
Véasele desde la perspectiva de la antropología física, de la historia mundial de lo que llamamos la “modernidad”, de la gran batalla por la soberanía y las reinvindicaciones socio-políticas, y de manera álgida en los grandes dilemas y peligros que enfrentamos como especie, no sólo en torno al predicamento climático y de civilización, sino en la gran balanza de la guerra y de la paz, ahí está Fidel en la batalla por la conciencia, en especial aquella de la urgencia de la construcción social hacia el futuro, de polos alternativos de poder. El orden de magnitud del peligro de extinción, no de una población dada, de una nación, sino del “marco de referencia bioquímico” que permite el ejercicio de la historia a nuestra especie, se hizo presente a escasos 3 años de iniciada la Revolución cubana, en la crisis de los cohetes, a la que me referiré después. Lo que quiero adelantar desde ahora, es que Fidel estaba ahí, en medio de ese torbellino, mostrándonos que todo lo que tiene que ver con la guerra está en
vinculación estrecha con “la condición humana”, en el sentido de que, como diría Erich Fromm “la crisis verdadera de hoy es única en la historia humana; es la crisis de la vida misma…nos enfrentamos con la probabilidad de que en un período de cincuenta años (y quizá mucho menos) la vida sobre este planeta haya cesado de existir”2. Ahora sabemos que en la crisis de los cohetes de 1962 estuvimos más cerca del abismo, de la aniquilación, de lo que entonces nos imaginamos, aterrados por las noticias radiales y televisivas, siguiendo, segundo a segundo lo que ocurría a nivel militar en las aguas del Caribe, mientras que las autoridades de Brandeis,-una universidad en Massachusetts donde era estudiante,- anunciaban las áreas de los edificios para “protegernos de un ataque nuclear”. Observado en su expresión concreta, la de la gesta revolucionaria y de Castro a lo largo de estas décadas ha sido -y es- una praxis que envía el mensaje de que la demolición de la vida no es inevitable, aunque desde finales de la década de 1979 nos quedó claro que el complejo tecnológico-militar en Estados Unidos y en la URSS, que luego se fue reproduciendo en otras naciones, había generado niveles de destrucción, con efectos devastadores, irreversible, en el sistema bioquímico del planeta 3. Dada la realidad de la “aniquilación mutua” en la confrontación estratégica entre EUA y la URSS, Castro fue mostrándonos (y mostrándose a sí mismo) que el proceso de “gatillage” de una guerra general termonuclear estaba, por decirlo de algún modo, desatado en la dinámica del sistema social; que la explotación, el saqueo y las guerras de exterminio por los territorios y los recursos naturales, que las tendencias de redistribución regresiva de la riqueza mundial, expresadas en la resistencia sistemática de los países capitalistas centrales para instaurar un nuevo orden económico internacional que sustituyera el arreglo leonino de Bretton Woods, dan impulso a lo que Paul Sweezy entonces calificó de “nuevo desorden global”4, que aumenta los órdenes de probabilidad para desencadenar una conflagración generalizada. De aquí que, como lo planteamos hace treinta años, (una milmillonésima de segundo para la biosfera), “en el reloj histórico de nuestro tiempo, el carácter del análisis y la reflexión sobre la guerra” (adquiere) “rango teórico sólo si es capaz de expresarse concretamente a nivel de acción social. En la era termonuclear, la naturaleza misma de la guerra demanda un tipo de política que logre transformarse en una acción social dirigida al logro de mecanismos institucionalizados para evitar y aminorar los riesgos de guerra: en nuestro tiempo es posible la política como ciencia, pero sólo si ella abre el camino a la historia”.5 Y quien revise las acciones concretas de Fidel, como presidente de Cuba en el escenario nacional, regional y mundial, no ha hecho más que ir dejando pistas vitales en la ruta histórica: de manera sistemática Castro se opone y resiste las visiones derrotistas del futuro de la sociedad humana, en concreto las doctrinas y a los sistemas de armamentos que impulsan a las naciones a confiar y privilegiar los métodos militares, a aceptar los riesgos de guerra; o renunciar al desarrollo histórico de la especie. Por horas y horas, de ocho de la noche a cinco o seis de la mañana le he escuchado disertar sobre lo inaceptable que es renunciar a poner en práctica sistemas de relaciones económicas y políticas internacionales en los que la fuerza creativa y constructiva ocupe el lugar hasta ahora reservado a la fuerza militar. 6 El mensaje central ha sido -y es- que el desenlace satisfactorio de la crisis múltiple que se viene agudizando desde los años 70 del siglo pasado, sólo podrá alcanzarse a partir de instrumentos económicos y políticos. Desde entonces, el precario e inestable equilibrio estratégico se ve amenazado por la dinámica del capitalismo monopólico que enlaza funcionalmente las tendencias de maximización de ganancias y de maximización de costos, con los lucrativos preparativos para la tercera guerra mundial: en virtud de esta dinámica económica, continúan incrementándose los órdenes de probabilidad de conflagración. “Los preparativos para esta guerra”, observaba C. Wright Mills en su notable análisis sobre La Tercera Guerra Mundial (el primer gran sociólogo de Estados Unidos que reflexionó con sus conciudadanos sobre la Revolución cubana en Escucha, Yanqui).


“…son características centrales de las principales sociedades contemporáneas. La expectativa de esa guerra es el resultado de las definiciones oficiales de la realidad mundial…El impulso y la fuerza hacia la tercera guerra mundial es ahora parte de la sensibilidad contemporánea y una característica definitoria de nuestra era”.7
Tengo un recuerdo vívido, por su impacto en la ecuación en que se juega la mortalidad humana en la era en que persisten los despliegues de cohetería balística intercontinental de lanzamiento terrestre, oceánico, aéreo, espacial, en los tiempos de explosiones que se miden en kilotones y megatones, de la interlocución de Fidel


con planteos vertidos en la prensa por el coronel general Leonid Ivashov, entonces Vicepresidente de la Academia de Problemas Geopolíticos de Rusia, exJefe del Departamento de Cooperación Militar del Ministerio de Defensa de la Federación Rusa: “Al imperio estadounidense”, decía Ivashov desde la agencia rusa Ría Novosti en julio de 2007,
“podría oponerse únicamente una alianza de civilizaciones: la rusa, cuya órbita incluye a la Comunidad de Estados Independientes; la china, la hindú, la islámica y la latinoamericana. Es un espacio inmenso en el que podríamos crear mercados más equitativos, nuestro propio sistema financiero de carácter estable, nuestro engranaje de seguridad colectiva y nuestra filosofía, basada en la prioridad del desarrollo intelectual del hombre frente a la moderna civilización occidental que apuesta por los bienes materiales y mide el éxito con mansiones, yates y restaurantes. Nuestra misión es reorientar al mundo hacia la justicia y el desarrollo intelectual y espiritual”

La construcción de alternativas es algo cada vez más urgente ante una humanidad que Castro, hace décadas percibe como una especie “en peligro de extinción por la destrucción de las condiciones naturales”. Y ciertamente en medio de un deterioro persistente de corte medioambiental, con una biosfera planetaria en condiciones cada vez más precarias, por el funcionamiento “normal” del capitalismo y su actual patrón energético-tecnológico y también por los graves impactos humanos y ambientales de las abundantes y atroces guerras por el dominio mundial desatadas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, como podrá apreciarlo quien se asome a los datos sobre el consumo diario de millones de galones de petróleo del vasto aparato motorizado del Pentágono, en tierra, mar y aire 9. A lo que es necesario agregar que es un período posterior al fin de esa guerra mundial profundamente afectado por el régimen de terror de Estado inaugurado por Truman con el genocidio de la población japonesa en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. El peligro de extinción, advierte Castro “está más cercano: Nuevos y no previstos problemas creados por la ciencia, la tecnología y el despilfarro congénito del neoliberalismo, multiplican los riesgos políticos, económicos y militares”.
En junio de 1992 Fidel dejó en claro algo de urgente importancia: “que las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad.

Con sólo el 20% de la población mundial, consumen dos terceras partes de los metales y tres cuartas partes de la energía que se produce en el mundo. Han envenenado los mares y ríos, han contaminado el aire, han debilitado y perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer”. En ningún momento esa “inmensidad de conciencia” de la que hablé dejó a un lado la dinámica del “marco de referencia” de la explotación, de las grandes asimestrías de poder y de las grandes responsabilidades ante el futuro humano. En esa ocasión, en Brasil, el país que contiene al vasto Amazonas, (vale recordarlo y enfatizarlo ahora, cuando Washington realiza despliegues militares encaminados a mover la frontera, del Bravo al Amazonas) Fidel advirtió que: “los bosques desaparecen, los desiertos se extienden, miles de millones de toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar. Numerosas especies se extinguen. La presión poblacional y la pobreza conducen a esfuerzos desesperados para sobrevivir, aún a costa de la naturaleza.” Y remató de la manera más significativa: “No es posible culpar de esto a los países del Tercer Mundo, colonias ayer, naciones explotadas y saqueadas hoy, por un orden económico mundial injusto”.

La relación de la magnitud de lo que enfrentamos en torno a una área tan esencial como los abastecimientos energéticos (para no mencionar los cada vez más vitales accesos a minerales y metales) para el funcionamiento de las economías -no olvidar, la estadounidense y otras, en permanente movilización bélico-industrial-, con las guerras calientes y los acosos político militares en curso, alrededor de naciones donde están localizados los yacimientos super-gigantes de petróleo que van quedando sobre la superficie planetaria -por ejemplo, en Irak, Irán, Venezuela, Arabia Saudita, Rusia,- no escapan su atención: en 2005 ya expresaba así este asunto, vital a una sociedad construida sobre la quema de los finitos combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón):
“Quisiera saber cuánto petróleo quedará en el mundo dentro de 91 años, porque en 1896 el mundo consumìa 6 millones de toneladas de petróleo al año y hoy consume 82 millones de barriles, es decir, casi 12 millones de toneladas de petróleo diariamente. Hace 109 años, repito, este homo sapiens, cuya sapiencia queridos amigos y queridas amigas, está todavía por demostrar, hace 109 años consumia 6 millones de toneladas al año y hoy consume 12 millones todos los días, y el consumo crece a ritmo de 2 millones de barriles diarios cada año, y no alcanza, y está cada vez más caro”.

Entonces, petróleo, forestas, agua, biodiversidad, minerales, metales, todo ello es parte de lo que se ha llegado a conocer actualmente como “las guerras por los recursos”, como lo planteara Richard Barnet en su libro The Lean Years14, publicado en 1980, con versión española bajo el título de Años de Penuria, cuyo manuscrito revisé a solicitud del autor. Se trata de un planteamiento sobre una temática vinculada a la etiología de una catastrófica tercera guerra mundial, un asunto que, como ya indiqué, Fidel Castro enfrentó en carne propia en aquellos momentos álgidos de 1962, y que podríamos especular, porque es claro que sólo él podrá expresarlo cabalmente, le enfrentó, tanto como a nosotros, a una nueva concepción de la muerte: no me refiero a la muerte individual o colectiva que ocurre en incidentes traumáticos o en guerras del tipo que vivió la humanidad hasta el inicio de la era nuclear y balística (es decir, en todas las guerras generales anteriores a una conflagración “terminal”) ocurren decenas, miles, millones, decenas de millones de bajas en un contexto, la biósfera, que está ahí, que no se desintegra como “resultado de una guerra”.

Pero ya con el armamento atómico o nuclear, Fidel enfrentó -y “entendió” como pocos habitantes sobre la superficie del planeta, lo que tenía -y tiene ante si: la muerte del marco de referencia bioquímico que permite el ejercicio de la historia humana sobre la corteza.15 De ahí su esfuerzo por evitar la guerra y también el deterioro ecológico. En ambos casos el resultado es la destrucción de la vida: es percibir el peligro de un tipo de muerte que, como lo percibe Günther Anders, lanza vínculos entre las generaciones, porque después de este tipo de destrucción, los que ya han muerto, mueren por segunda vez, porque no habrá quien los recuerde, y los que todavía no han nacido también mueren, porque no van a nacer, y no tienen voz ni voto en decisiones tomadas ahora, que queman su planeta antes de que nazcan: el pasado, el presente y el futuro cambian su calidad de interconexión y el pasado está en el presente, tanto como el futuro lo está, pero en una forma que nunca había existido antes en la historia humana, derivada de la capacidad de autodestrucción y de destrucción total: esa es la diferentia specifica de nuestra era que Anders percibe de manera nítida, y que Castro vive en carne propia desde el estallamiento de la crisis estratégica de 1962.
Ahí es donde veo el fondo del pensamiento y de la acción de Castro en materia de paz y de guerra y su lazo con la advertencia del antes citado Richard Barnet:
“Ya dió inicio una lucha global por la distribución de los recursos. Un asunto político clave es si quienes tienen el poder sobre el presente sistema (que maneja) los recursos controlaran la etapa que sigue. La guerra hasido la forma favorita usada por las grandes potencias para satisfacer sus necesidades de esos recursos. Si va a estallar otra guerra mundial, lo más probable es que el conflicto surgirá en torno a lo que las potencias industriales consideran como los elementos de la sobrevivencia: el petróleo, desde luego, pero también el hierro, cobre, uranio, cobalto, trigo y el agua”.16
El control de las fuentes energéticas por la vía de dar curso a la tentación de recurrir a las viejas nociones geoopolíticas de “grandes áreas”, estadounidenses y de la Alemania nazi para lanzarse sobre los yacimientos de crudo supergigantes es aparente desde los años 1980 en “América del Norte” así como en el desate de las guerras de agresión en Oriente Medio, sede de poco más del 60% de la reserva de petróleo convencional del planeta. Desde los ataques del 11/09 y la adopción de la “guerra preventiva” como fundamento de la doctrina de seguridad de EUA, que se expresó en la brutal guerra de conquista contra Irak y de una nación tan estratégica desde el punto de vista del acceso a recursos naturales, como lo es Afganistán, Washington ha exacerbado lo que ya era de por sí una situación explosiva en el Oriente Medio, ahora de proporciones graves porque la llamada “guerra antiterrorista” (la historia de cobertura favorita que, junto a la guerra anti-narco sustituyó al “anti-comunismo de la guerra fría”, y es usada para la agresión, invasión y ocupación de áreas donde se localizan los principales yacimientos de recursos naturales no-renovables), ya expande su operación además de Irak y Afganistán, a Paquistán, Yemen y otros países de manera unilateral, sin que exista estado formal de guerra.



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