Catástrofe nucleoléctrica
John Saxe-Fernández, La Jornada, Jueves 3 de Mayo de 2012
Escasos días después
de la catástrofe ocurrida en el complejo nucleoeléctrico Fukushima Daiichi,
Japón, por el terremoto de 9 grados Richter del 11 de marzo de 2011, seguido
por un devastador tsunami, se informó que en Europa se repartían tabletas de
yodo. Los temores se dirigían a plantas instaladas, por ejemplo en Bélgica, que
usan, como es el caso también de Estados Unidos, el mismo modelo y fabricante
que en Fukushima.
El gobernador de Lieja explicó que esas pastillas se repartirían
por millonesporque ayudan a reducir notablemente el riesgo de cáncer. En
ese momento advertimos desde estas páginas que los compromisos políticos de
Obama con el cabildo nucleoeléctrico, la manipulación informativa de la
operadora Tokyo Electric Power (Tepco) y el gobierno japonés, no permitían
calibrar la dimensión del accidente (La Jornada24/3/11). En pocos días
fuentes científicas lo equipararon al ocurrido en Three Mile Island, Estados
Unidos, 1979, de nivel cinco en la escala de incidentes nucleares, y un mes
después se elevó a nivel siete, semejante al de Chernobil porque, según las
autoridades, las sustancias radiactivas liberadasalcanzaban alrededor de 10 por
ciento de las emitidas por la planta de Chernobil, en Ucrania, en 1986.
Esa fue una subestimación abismal. Ya entonces Robert Alvarez, ex
consejero del secretario y asistente del Departamento de Energía (DE) para
Asuntos de Seguridad Nacional y del Medio Ambiente del gobierno de Clinton,
advirtió que un solo depósito de barras en Fukushima contiene quizá entre
tres y nueve veces la cantidad de Cesio-137 lanzada en Chernobil y
compartimos su temor de una diseminación radiactiva oceánica y atmosférica
mundial, por las condiciones precarias y riesgos estructurales de los reactores
y de los depósitos de refrigeración donde se alojan las barras de combustible
usado, altamente radiactivo, cuyos niveles de agua bajaban, mientras se
dificultaban los intentos por evitar su sobrecalentamiento.
Un año después el peligro aumentó y además de inminente es, en efecto,
de dimensión global y no sólo local. Así advirtió Mitsuhei Murata, ex embajador
de Japón en Suiza, al secretario general de la ONU y al primer ministro de
Japón Yoshihiko Noda, en carta del 25 de marzo 2012, en la que solicita una
urgente evaluación del reactor número 4 que contiene un depósito de
enfriamiento con mil 535 barras, porque podría estar fatalmente dañado por
las réplicas y temblores. Más aún, a 50 metros hay un depósito común para
seis reactores que contiene ¡6 mil 375 barras!.
Consciente de las consecuencias para las presentes y futuras
generaciones –y la biota global–, Murata consignó queno es exagerado afirmar
que el destino de Japón y de todo el mundo dependen del reactor número 4. Esto
lo confirman los más confiables expertos como el doctor Arnie Gundersen o el
doctor Fumiaki Koide.
La carta de Murata, a disposición pública en el sitio electrónico del
eminente diplomático japonés Akio Matsumara, (www.akiomatsumara.com)
acompaña una entrevista de Matsumara a Alvarez, donde se revela que, según el
DE, el total de barras usadas altamente radiactivas de ese complejo
nucleoeléctrico asciende a 11 mil 421. Entre otros datos relevantes Álvarez
indica que el depósito del reactor número 4 está a 100 pies del suelo y
contiene unos 37 millones de curies de radioactividad de largo plazo y que,
además, presenta daños estructurales y está a cielo abierto, por una
explosión de hidrógeno ocurrida luego del accidente que hizo trizas la
cubierta. De ocurrir un terremoto o cualquier otra eventualidad que secara el
depósito, advierte Alvarez, podría producirse un fuego radiológico
catastrófico que lanzaría diez veces la cantidad de Cesio-137 que se registró
en el accidente de Chernobil. Pero como Fukushima contiene 11 mil 421 barras,
la radiactividad por Cs-137 sería cerca de 85 veces la cantidad de Cs-137
lanzada en Chernobil, según cálculo del Consejo Nacional de Protección a la
Radiación de Estados Unidos.
El orden de magnitud es inmenso: sería el equivalente a todo el
Cs-137 lanzado por todas las pruebas atmosféricas de armas nucleares, más
Chernobil y todas las plantas de reprocesamiento del mundo (ibid). Esta
aclaración es vital para comprender que la prevención de la catástrofe no
estaría tanto en la distribución de tabletas de yodo ¡a 7 mil millones! de
seres humanos, sino en la concientización y movilización ciudadana de cara al
cabildo nucleoeléctrico de Estados Unidos, Japón, México y el mundo.
Luego del desastre en Fukushima, Alemania (y no Estados Unidos), marca
la pauta: en 2020 su mezcla energética excluye la nucleoelectricidad: 43 por
ciento será de gas y carbón y 57 por ciento provendrá de fuentes renovables
como viento, sol, biomasa, etc. El asunto no es menor. Como dice Matsumura,
ahora “podemos captar qué quiere decir ‘85 veces mayor al Cs-137 lanzado por
Chernobil’: significa la destrucción del medio ambiente mundial y de nuestra
civilización”.
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