nte el veto de Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU a sanciones al gobierno sirio de Bashar Assad, planteadas por la coalición que encabezó Estados Unidos en la guerra de agresión contra Libia, más la Liga Árabe, las reacciones del Potomac no se hicieron esperar. Fueron airadas, pero no inesperadas. La magnitud del evento se evidenció cuando el rechazo al veto por la embajadora de Estados Unidos en la ONU (algo vergonzoso
, dijo) se acompañó con declaraciones de la secretaria de Estado Hillary Clinton y del presidente Barack Obama. La primera exclamó que era una farsa
mientras Obama evidenció la intención de regime change
, de lo que a todas luces es un operativo diplo-militar
de largo alcance y de larga data, con la mira en Irán, ya que Siria es parte del crucial abanico de alianzas en el Cáucaso y Asia Central de Teherán. Al tiempo que exige la renuncia de Assad y cierra su embajada en Damasco –seguido por su acólito que despacha en Downing Street– Obama congeló los activos del banco central iraní en Estados Unidos.
La secretaria de Estado, en peligroso desapego a la sustancia y las formas de la convivencia internacional, golpeteó la exigua credibilidad de la ONU al decir que ante la neutralización del Consejo de Seguridad, hemos de redoblar nuestros esfuerzos fuera de la ONU, junto con los aliados y socios que apoyan el derecho del pueblo sirio a tener un futuro mejor
. Este exhorto al abandono del derecho internacional y de instituciones necesarias para una salida no-bélica en Siria –y en el mundo– ocurre cuando la posición de Ban Ki-Moon para mediar en el conflicto sirio está por los suelos, ya que al exigir a Assad poner fin a la violencia
y dejar de matar a sus compatriotas
(La Jornada, 16/I/2012) sin investigar y determinar los orígenes y actores internos y externos involucrados en la escalada de violencia, que reporta 5 mil bajas, se adhiere de manera torpe a las presiones que impulsan el regime change
, lesionando la capacidad de la ONU para conciliar las partes en conflicto, más aún cuando fuentes que han asesorado a la Secretaría General establecen como necesaria –y factible– una identificación de los impulsores, no sólo del creciente flujo clandestino de armas, que alimenta una violencia tipo guerra civil
(¿como en México con Rápido y Furioso?), sino también del financiamiento y de la acción de agentes de inteligencia y de provocación, que actúan entre los grupos opositores, lo que recuerda un largo rosario de episodios de regime change
, que desembocaron, en el caso de Irán, en el derrocamiento de Mossadeg en 1953. Fue un momento clave en el ascenso hegemónico de Estados Unidos, registrado en el imprescindible estudio de Stephen Kinzer, All the Sha’s Men(New York, Wiley & Sons, 2003), que permite visualizar el contexto más amplio de los traumáticos eventos en Siria, ahora en momentos de declive del hegemón y también con Irán, su petróleo y su postura geopolítica, en la mira.
Los misteriosos esfuerzos fuera de la ONU
mencionados por Clinton, se aclaran al recordar que en una entrevista con Amy Goodman (marzo de 2007) el general Wesley Clark, ex comandante de la OTAN, reveló que sólo una semana después de los ataques del 11/S ya circulaban en el Pentágono los planes de guerra contra Irak, y que en octubre de 2001, cuando Estados Unidos bombardeaba Afganistán, se le informó que además de Irak y Afganistán, los planes incluían acciones bélicas, entre otros países, contra Libia, Siria e Irán, este último pieza clave de la estrategia estadunidense para la restauración hegemónica en Eurasia, un delirio neoconservador en curso, que puede desembocar en un desastre mundial.
La intención de fondo del operativo en Siria e Irán –y del despliegue antibalístico de Estados Unidos– es acosar y frenar el ascenso de Rusia y China en una ecuación geopolítica euroasiática en la que los múltiples vínculos de Teherán con Moscú y Beijing se presentan como obstáculo mayor al control de los campos petroleros gigantes y supergigantes del Golfo Pérsico y África, y de vastos recursos energéticos y posiciones estratégicas en el Cáucaso o los corredores de acceso a la cuenca del Caspio.
Como bien plantea Mahdi Darius Nazemroaya (Strategic Culture Foundation) Irán es un pivote geoestratégico. Toda la ecuación geopolítica de Eurasia cambiaría sobre la base de la órbita política de Irán
, y advierte que si por un regime change, Teherán se aliara con Estados Unidos y fuera hostil a Beijing y Moscú, podría generar serios daños a Rusia y China, creando gran disturbio en esas naciones. Esto ocurriría por sus lazos étnico-culturales, linguísticos, económicos, religiosos y geopolíticos con el Cáucaso y Asia Central
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