John Saxe-Fernández
La Jornada, México,
jueves 25 de octubre de 2007
Hoy como ayer, en la entrega del país a EU la oligarquía se posiciona como intermediaria en los grandes negocios de la “compraventa” de México. Regímenes que, ante su ilegitimidad de origen, optan por la represión como ocurrió en la usurpación electoral y posterior coerción sufridas por las fuerzas encabezadas por Cuauhtémoc Cárdenas durante el gobierno de Salinas (1988-1994) y ahora contra vastos sectores de la población aglutinados en torno a López Obrador y de otras causas populares, que sufren el embate policial-militar a sus derechos humanos y políticos: el estado de excepción se instala de facto como blindaje para los opacos negocios de la privatización y entrega de ferrocarriles, petróleo, agua, biodiversidad, electricidad, bancos, carreteras, puertos, aerolíneas, seguridad social, universidades, etcétera.
Rasgo central de la “colonialidad” de esta dirigencia ha sido el hecho de que, como ocurrió en 1848 y en el Tratado de la Mesilla (1853), “la enajenación del país es el fin de una política represiva. En la medida que se restringen las libertades individuales y sociales, se persigue a los intelectuales que los denuncian y se reparte como un botín los bienes públicos, se procede a la venta de la nación al extranjero”, como escribió Gastón García Cantú, en su imprescindible Las invasiones norteamericanas en México (Era, 1971). Es un trauma relacionado a las fases diferentes del desarrollo capitalista y la posición internacional de EU: tanto el “reordenamiento territorial” de México, un despojo de 2 millones de kilómetros cuadrados, como el sometimiento del librecambismo porfirista, contribuyeron en el ascenso de EU a las grandes ligas imperialistas a finales del siglo XIX. Y de ahí, como retador hegemónico del imperio británico, luego de su largo, y en el siglo XX, fulminante, ascenso hegemónico que culmina con la primacía global después de la Segunda Guerra Mundial y la consolidación de la “pax americana” y el dólar.
Las ecuaciones de poder no son estáticas: ahora bajo el capital monopolista fuertemente impactado por un agresivo sector financiero y en una constelación de poder signada por agudas contradicciones, a poco más de 15 años del colapso de la URSS y con una relación estratégica ruso-china revigorizada, EU está anegado por la resistencia Iraquí y dependiente de combustibles fósiles, agua y minerales, con movimientos de construcción social alternativa bolivarianos y retadores monetarios y tecnomilitares en Europa y Asia. Por lo que se vuelca sobre México y Canadá como “modelo” y plataforma de “imperializacion” para una recomposición de su hegemonía hemisférica, con el TLCAN y una “integración profunda” de corte policial-militar pactada por los “líderes” –Bush, Harper y Calderón– a espaldas de los poderes legislativos y de la opinión pública de sus respectivos países. Esto se hace bajo tres ejes post 11-09: a) el desborde hacia México y Canadá de un estado de excepción que conlleva la ampliación de facto de la jurisdicción de EU; b) la agudización de un apartheid laboral con una homologación a la baja de los derechos y salarios del trabajador de México y EU; y c) un vasto esquema de infraestructura –corredores del TLCAN– para el saqueo de recursos y mayor explotación de la fuerza de trabajo.
EU es un hegemón de gran poder y acumulación de contradicciones: su agresividad militar no equilibra, sino que desestabiliza dimensiones cruciales de la economía y política mundial que van desde los fundamentos político-electorales de la paz social mexicana hasta los de la OTAN. La ocupación de Irak y la “imperialización” de México se dan en medio de la debacle de Bretton Woods (FMI-BM-BID), de una veloz multilateralización y regionalización económica, monetaria, industrial y tecnológico-militar. El fenómeno, que desembocó en guerra mundial, difiere del bloquismo del periodo entre-guerras: el retorno a las “grandes áreas” por la cúpula de EU desde el Foreign Relations Council y sus contrapartes en México y Canadá, se hace en un contexto de “crisis hegemónica” con mecanismos de seguridad establecidos por las mismas fuerzas de clase y bajo la colonialidad formalizada en el TLCAN: el Consejo para la Competitividad de la Alianza para la Prosperidad y la Seguridad de la América del Norte.
La capitulación de Calderón al diseño policial-militar (Plan México) energético, laboral y ambiental de EU cercena la soberanía e impone, por la fuerza y la usurpación, a la facción oligárquico-imperial que sigue lucrando con la “compra-venta” del país. Pocas veces, desde la década de 1840, estuvo México en tal riesgo y se necesitó de tanta cohesión cívico-militar para su defensa. Por lo que resalta el desentendimiento de este predicamento en el penoso endoso de Cárdenas a la usurpación electoral de Fox y Calderón. Sus “argumentos” debilitan las fuerzas sociales y los instrumentos político-electorales para el tránsito pacífico a la legalidad y a la constitucionalidad. La legitimidad y lealtad de Calderón a la Carta Magna sí están a debate.