La Jornada.
México 9 de junio de 2005.
El poderío imperial de Estados Unidos en el orbe es colosal. Aún así, la inusitada resistencia iraquí a la ocupación transformó la ecuación geopolítica, y hoy esa agredida nación árabe es un pantano con altos costos político-militares y económicos sin que el ''high tech'' militar la pueda neutralizar. Además, se detectan otros cambios que afectan la capacidad de Estados Unidos para influir de manera determinante en la economía y la política, en contraste con el periodo de supremacía hegemónica (1945-1971) en el que el dominio del dólar, uno de los fundamentos de la Pax Americana, era absoluto.
Los datos y las modificaciones verificables son los puntos de guía para evaluar la actual constelación internacional de poder en el área monetaria. Es desde ahí, desde los referentes históricos y empíricos y no desde los ''marcos teóricos'' o las manipulaciones conceptuales en boga -generadas por quienes han sido atinadamente calificados como ''intelectuales dormidera'', a la Hart y Negri-, que se pueden esbozar las características centrales del predicamento imperial.
Estadísticas recabadas por Richard B. Duboff, (Monthly Review 2003) y más recientemente por Antonio Sánchez (Geopolítica del dinero, FCPS-UNAM 2005), indican que Estados Unidos no sólo es menos dominante, sino vulnerable, y el vínculo débil es un dólar que, de manera irregular y con periodos de recuperación, se ha erosionado. Por ejemplo, entre 1981 y 1995 la tajada de los ahorros privados mundiales en monedas europeas (el euro aparece hasta 1999), pasó de 13 a 37 por ciento, mientras, según Duboff, la participación del dólar disminuyó de un abrumador 67 por ciento a 40. Desde que se puso en circulación el euro, 44 por ciento de los nuevos bonos emitidos están en esa moneda, acercándose a 48 por ciento emitidos en dólares.
El cambio, en la estructura de poder del aparato monetario internacional es un fenómeno que amerita cuidadosa atención: parece moverse desde la ''monopolaridad monetaria'' de la Pax Americana, con el dólar como rey absoluto, hacia la ''bipolarización'' (dólar-euro) y una eventual ''tripolarización'' con el yen-canasta asiática.
En 1990 la mitad de todas las reservas de los bancos del mundo estaban en dólares, sufriendo una vertiginosa caída de 76 por ciento en 1976. Sin embargo, como lo demuestra Sánchez en una espléndida tesis doctoral que acaba de ser defendida, es una situación fluctuante, porque la participación del dólar en el total de tenencias oficiales identificadas de divisas en el mundo presenta altibajos. Por ejemplo, al finalizar 1991 el dólar representaba el 51.3 por ciento del total para todos los países. En 2002 se consignó una participación del dólar de 64.5 por ciento. Pero la importancia de estas variaciones, e incluso el hecho de que existan, no escapan a la atención de los analistas.
''Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial -escribe DuBoff- existe otra fuente universalmente aceptada para la realización de pagos y de liquidez, y ello ocurre en un momento en que la balanza de pagos de Estados Unidos muestra un déficit récord''.
Sánchez, por su parte, al reconocer que la supremacía del dólar durante 50 años se ha podido mantener a pesar de prolongados periodos de pobre desempeño económico y enormes e insostenibles déficit fiscales y de cuenta corriente -convirtiéndose la superpotencia militar en el mayor deudor del mundo, con una posición inversora neta negativa-, aclara que, en realidad ''no es necesario que el euro reemplace al dólar como moneda internacional, sino que basta con que juegue un rol similar para que se dejen sentir las consecuencias de una radical transformación en la configuración del sistema monetario y financiero internacional''.
Hasta ahora el desempeño del euro con funciones de reserva de valor, es decir, en relación a ''su capacidad para mantener su poder de compra a través del tiempo'' ha sido consistente. Sánchez muestra que, en un área tan crucial como la de los mercados financieros, ''el campo de batalla más importante en el desafío asumido por el euro frente al dólar'', la situación, incluso con anterioridad a la puesta en operación del euro, era de franca vulnerabilidad de la moneda nacional estadunidense, corroborando la tendencia observada por DuBoff, y permite percibir las alteraciones y permutas en la balanza de pugnas de las fuerzas hegemónicas mundiales.
En lo que se refiere al porcentaje de tenencia de bonos internacionales, el dólar pasa de 52.6 por ciento a finales de 1981 a 34.2 a finales de 1995, mientras el de las monedas europeas cambia de 20.2 por ciento a 37.1 en los mismos años. Algo similar ocurre en los cambios medidos en el porcentaje de la tenencia del portafolio privado internacional: el dólar pasa de 67.3 por ciento a 39.8, y las monedas europeas de 13.2 por ciento a 36.9 en los mismos años.
El papel de la moneda en los mercados financieros y los flujos de capital es central, representando volúmenes 40 veces superiores a los del comercio, y en este contexto sólo una catástrofe política en Europa (el rechazo a la Constitución no lo es), modificaría la tendencia bipolar en la ecuación del poder monetario internacional.
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