La Jornada.
México 3 de enero de 2004.
La semana pasada se hicieron públicos algunos documentos de los servicios de inteligencia británicos relacionados con la guerra "árabe-israelí" que se desató en 1973. Estos indican la existencia de preparativos del Pentágono para la invasión y toma de pozos petroleros de algunos de los principales productores de crudo de Medio Oriente, Arabia Saudita, Kuwait y Abu Dhabi. En esa ocasión se puso en práctica un embargo petrolero contra Estados Unidos, de los exportadores árabes de crudo, por su postura en favor de Israel. Entre otras repercusiones, estos archivos secretos arrojan luz sobre el contexto en que se dio el giro observado en la política "económica" y de "seguridad" estadunidense hacia México, Canadá y Venezuela, naciones poseedoras de importantes reservas de combustibles fósiles.
Cabe aclarar que la diplomacia de fuerza de Estados Unidos desplegada desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, ya sea por medio de operaciones abiertas o encubiertas, se caracteriza por la combinación de instrumentos "diplomilitares" y económicos para el ejercicio del "bilateralismo intensivo". Por ser una política exterior articulada en función de los intereses de corto plazo del alto empresariado industrial, agropecuario y bancario -y de sus socios y cómplices locales-, su impacto acumulado genera traumas sociopolíticos y militares de naciones y regiones enteras. Su objetivo central ha sido la promoción de los negocios de sus inversionistas, abriendo espacios a sus grandes consorcios industriales y de servicios, ya sea por medio de empréstitos altamente condicionados o de esquemas de corte colonial, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que formalizan y fomentan, vía instrumentos "no militares", su control de las actividades económicas en ultramar, así como el acceso irrestricto de sus empresas mineras, petroleras y de gas -no menos que las dedicadas a la explotación comercial del agua y de la biodiversidad- a los recursos naturales de alto valor estratégico y económico.
Por muchas décadas, pero especialmente desde 1973, el control del petróleo mexicano, venezolano o del Medio Oriente, y del gas canadiense, ha sido un ingrediente central de la diplomacia y de los planes de contingencia militar de Washington, al punto de que los primeros bocetos para impulsar una "integración comercial de América del Norte" tuvieron como eje las ambiciones empresariales y "geoestratégicas" en torno a las reservas de combustibles fósiles de sus vecinos. Aunque éstas no son las únicas motivaciones de esa política exterior, lo cierto es que la brutal e ilegal ocupación de Irak, así como la desarticulación y eventual desmantelamiento de grandes empresas públicas mexicanas y de otras naciones de la región, de interés para sus consorcios eléctricos, petroleros y del gas, se han realizado sin importar los traumas y trastornos que se engendran a diestra y siniestra.
Como lo ilustra Gabriel Kolko en su imprescindible libro ¿Otro siglo de guerras? (Paidós, 2003), los "éxitos militares" de corto plazo de la Pax Americana son seguidos de grandes desastres humanitarios y fracasos políticos. Así ocurrió en Corea, Vietnam, Camboya, Chile y Centroamérica, y ahora en Afganistán y Medio Oriente, área de enorme peso estratégico impactada de manera profunda, junto con el resto del mundo, por la guerra de guerrillas propiciada por la ocupación colonial de Irak. Mientras la agresión contra Afganistán desestabilizó a toda una región, que incluye a naciones como India y Pakistán, que cuenta con armamento nuclear, Irak se transformó en un "lodazal mesopotámico" que profundiza la vulnerabilidad estructural de Estados Unidos, ilustrada por los atroces ataques del 11 de septiembre.
La ocupación de Irak ha cubierto en una densa e impredecible atmósfera de crisis a toda una región que contiene poco más de 60 por ciento de las reservas petroleras del planeta, lo cual es grave para la paz mundial, ya que todo el esquema de libre empresa organizado bajo la "Pax Americana" tiene como fundamento un acceso irrestricto -y un consumo igualmente masivo- a fuentes energéticas baratas. El petróleo, la industria aeroespacial y bélica, la automotriz y la generación de electricidad, actualmente son componentes vitales y complejos del capitalismo. La energía, junto con el capital, el trabajo y los recursos, son los pivotes de la sociedad industrial contemporánea, y el petróleo representa la fuente más importante.
El belicismo, unilateralismo y "terrorismo de Estado" de la Casa Blanca están generando una creciente globalización de las respuestas no convencionales, lo cual incrementa la probabilidad de que estemos ante desestabilizaciones regionales y un desastre energético potencial que podrían desatar una convulsión general.
Bush y Blair, de manera irresponsable e innecesaria, profundizaron el deterioro acumulado de las relaciones internacionales al garantizar, por medio de una riesgosa y fraudulenta "guerra preventiva" contra Irak, que las batallas por el control de ese recurso no van a ser pacíficas.
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