La Jornada.
México 21 de agosto de 2003.
La visita que acaba de realizar el secretario de Defensa de Estados Unidos a Colombia amerita especial atención, visto el contexto nacional y continental. Es parte de lo que aparece como una amplia ofensiva diplomilitar en torno al Plan Colombia, uno de los principales programas de penetración bélico-industrial y de inteligencia del Pentágono, cuyo despliegue presupuestal es de magnitud comparable con el que actualmente se realiza en Israel y Egipto.
Por la pasarela del gobierno derechista del presidente Uribe (principal country manager del aparato empresarial y de "seguridad nacional" de Estados Unidos-América Latina, posición que, lastimosamente, le disputa de cerca Vicente Fox) ya han desfilado personajes de alto rango del gobierno de Bush: el zar de la lucha antinarcóticos, el secretario de Comercio y el jefe del Estado Mayor Conjunto. Por afinidad ideológica, por la adherencia de Uribe a la promoción de la "supremacía" geopolítica y geoeconómica estadunidense, frente a la explosión sociopolítica y militar gestada por el neoliberalismo, no menos que por la observable riqueza petrolera, de biodiversidad y otros recursos naturales esenciales para Estados Unidos, el Plan Colombia concita el entusiasmo del alto empresariado y de los ideólogos neoconservadores.
La posición geográfica de Colombia es de reconocida importancia estratégica y su sometimiento a Washington se considera clave para el control de las fuerzas populares y del nacionalismo latinoamericano.
Robert Kaplan, exponente de la Rambo-kultur bushiana, en un trabajo dedicado a la promoción de las recetas mínimas, pero, según él, indispensables para afianzar y acrecentar la preminencia estadunidense (Supremacy by Stealth, The Atlantic Monthly, julio-agosto 2003), entre otras medidas, mediante su labor periodística apoya e impulsa una creciente ocupación militar de Colombia, pero que sea geográficamente "selectiva", es decir, centrada en brindar apoyo castrense en regiones de interés empresarial y geopolítico.
La "realidad imperial" de Kaplan en Colombia identifica a la provincia de Arauca, "rica en petróleo" y "cercana a Venezuela", como una en la que el personal castrense de Estados Unidos "exige" que se le permita intervenir directamente no sólo como asesor y proveedor de adiestramiento y equipo. Esta acción es concebida como uno de los pivotes para la acción conjunta de los instrumentos de violencia del Estado imperial y sus empresas, especialmente las petroleras, donde la población colombiana y las fuerzas armadas locales suministren los muertos y los heridos. Los halcones de la Casa Blanca impulsan una "diplomacia" basada en la bota militar, las operaciones encubiertas, el restablecimiento de los programas de asesinato político y el abandono de las estructuras "anticuadas" de la diplomacia y el estado de derecho.
"Mucho antes del 11/9'', escribe Kaplan, "... ya las fuerzas especiales realizaban anualmente miles de operaciones en 170 países con un promedio de nueve especialistas silenciosos (como los llama el ejército) en cada unidad. Desde el 11/9 Estados Unidos y sus funcionarios se han sumergido profundamente en las agencias de inteligencia, las fuerzas armadas y los aparatos policiacos de ultramar". Aunque son abundantes los informes sobre la intervención directa estadunidense en la campaña contrainsurgente colombiana -me refiero tanto al papel de las fuerzas especiales como de unidades de la guardia costera de Estados Unidos, que según Kaplan ahora se encarga de la vigilancia de los principales ríos navegables de Colombia-, las empresas petroleras abogan por que se otorgue sanción oficial a la intervención directa del Pentágono, es decir, a la ocupación de Colombia y sus estratégicos recursos naturales. En los hechos esto significa una ampliación de sus operativos sobre sectores del espacio colombiano para la protección de los negocios e infraestructura, lo que, en medio de una guerra civil de catastróficas consecuencias humanitarias, también conlleva riesgos de vietnamización.
El meollo de este fenómeno se centra en dos dimensiones: primero, en la capacidad de la movilización político-militar de corte no convencional (guerrillas) para neutralizar y eventualmente vencer a aquella de corte bélico-industrial, y segundo, en la poca tolerancia de la cultura política de Estados Unidos a sufragar los costos en sangre de estas aventuras imperialistas.
En tiempos electorales el síndrome de Vietnam es un ingrediente explosivo. Kaplan está consciente y aboga por que "en Washington ya cese la preocupación por lo ocurrido en Vietnam". Es un consejo torpe que choca con realidades como el creciente "empantanamiento mesopotámico" que aqueja a Bush en Irak. La visita de Rumsfeld podría anunciar una profundización del Plan Colombia y la extensión de sus operativos clandestinos contra otros gobiernos de la zona, como el de Chávez, o bien su "modulación temporal", para que sus negocios y excesos no afecten las aspiraciones releccionistas de Bush.
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