La Jornada.
México, 5 de febrero de 2002
El informe anual de Bush, presentado el 29 de enero, no dejó la menor duda de que el equipo que ocupa la Casa Blanca intensificará la cosecha de ventajas derivadas de la transformación que experimenta la ecuación política de esa nación a raíz de los trágicos sucesos del 11/09. En sólo cuatro meses Bush transitó de una endeble posición derivada de las irregularidades electorales que plagaron los comicios presidenciales, y de una actuación mediocre durante los primeros nueve meses de su mandato, a la del presidente con mayor respaldo de la opinión pública en el primer año de su gestión (83 por ciento según encuestas) registrado en los anales históricos de Estados Unidos, todo gracias al efecto 11/09.
Desde la televisión el "informe" ofreció una confirmación visual y dramatizada -gracias al "teleprompter presidencial", aparato que permite la lectura del texto desde varios ángulos- de la percepción que en octubre había ofrecido Norman Birnbaum en su Carta desde Washington, sobre la metamorfosis que se gestó en las Torres Gemelas: "prácticamente no hay oposición. Es como si, en vez de ciudadanos, fuéramos miembros de una iglesia, con el presidente como supremo pontífice, sin más teología que la sacralización de la nación, ninguna escatología que prediga otra cosa que el presente y ninguna jerarquía más que las instituciones visibles del poder y la riqueza en la sociedad. En esta fusión de pasado, presente y un futuro interminable, política y religión, Estado y nación, no sólo la disidencia y las perturbaciones son mal recibidas: se consideran, por principio, antinaturales". (Claves de razón práctica, No. 117, noviembre, 2001.) Cuando Birnbaum escribía estas reflexiones, el natural desvanecimiento del efecto 11/09 sobre la opinión pública fue neutralizado por ataques bioterroristas selectivos, con ántrax de alta tecnología, que Bush llamó "la fase dos" de las agresiones terroristas, pero cuya fuente doméstica pronto desplazó la versión oficial sobre su origen "islámico" y se consolidó como la principal hipótesis de organismos de seguridad como la FBI. El probable involucramiento de fuerzas domésticas -digamos de corte ultraderechista o internas del aparato de Estado- resulta una hipótesis razonable si se tiene presente la catástrofe de Oklahoma. Genady Onishchenko, viceministro de Salud de Rusia, junto con altos funcionarios de la Defensa, negaron categóricamente que las esporas con ántrax pudieran haberse originado en ese país. Genady dijo estar seguro "de que se prepararon en territorio estadunidense". Robert Mueller, director de la FBI, admitió la posibilidad de que los operativos bioterroristas "tengan origen en EU", aunque precisó que no descarta ninguna posibilidad, incluyendo un escenario tipo "Oswald", el improbable asesino de JFK. Públicamente la FBI menciona al "microbiólogo solitario". Datos publicados el 22 de diciembre por The Miami Herald indican que el ántrax usado proviene de una cepa muy virulenta conocida como "ames", desarrollada secretamente por el Ejército en una instalación localizada en el desierto de Utah, el Campo de Pruebas Dugway, y que fue almacenada por el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército de Estados Unidos en Fort Detrick, Maryland, y enviada a otros centros con propósitos de investigación, entre ellos, el Battelle Memorial Institute, de Columbus, Ohio, importante contratista del Departamento de Defensa en la investigación y desarrollo de armas biológicas y de antídotos-vacunas.
Los más conspicuos beneficiarios de los acontecimientos que cimbraron a esa nación y al mundo -el presidente, el Partido Republicano en clave de ultraderecha fundamentalista, el aparato bélico-industrial y la llamada "comunidad de inteligencia"- muestran una no disimulada intención de mantener durante el mayor tiempo posible el efecto 11/09 que tanto les favorece. "Nuestra guerra contra el terrorismo apenas ampieza", declaró Bush, y la palabra "guerra" fue la más utilizada en un informe que nunca mencionó la existencia de investigación alguna sobre lo que, prima facie, es una falla monumental e histórica del aparato de seguridad. El problema es que esta no es una "guerra" con acontecimientos bélicos diarios como los observados en otras contiendas. Su acción es difusa y el enemigo invisible, mientras los acontecimientos en otros órdenes se colocan en el centro de la atención pública, como ocurre hoy con la debacle de Enron, que por su impacto puede calificarse como la versión económica del 11/09. La reflexión de Birnbaum es una instantánea del poder del capital, pero ocurre en un torrente de contradicciones, algunas inherentes a su funcionamiento. En un artículo de primera plana el Wall Street Journal sintetizó el asunto así: "El escándalo Enron amenaza con erosionar el gusto del país por los mercados desregulados y libres, mismos que se fortalecieron durante los diez años de auge económico que ahora está terminando". Como sugiere Porto Alegre, los días de la desregulación y del globalismo jactancioso están terminando. También es posible que, consecuencia de la crisis estructural que se vive desde los setenta, estemos en medio de una creciente incontrolabilidad del sistema -signada por la unilateralidad bushiana-, y de la activación de los límites absolutos del capital.
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