jueves, 18 de febrero de 2016

EU: clima de guerra fría
John Saxe-Fernández, La Jornada a Jueves 18 de Febrero de 2016.
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rovocar a Rusia en sus fronteras para luego presentar sus respuestas defensivas comoagresiones en papel deamenaza global aumenta la probabilidad de guerra nuclear accidental o intencional entre Estados Unidos y Moscú, irracionalidad mayor entre potencias que controlan 95 por ciento del armamento nuclear y balístico, con capacidad de reducir a cenizas ambas naciones (y al mundo). Así lo indica el aumento del presupuesto para que el Pentágono (DoD) despliegue más equipo y ejercicios bélicos en el vecindario de Rusia. El monto pasó de 789 millones de dólares (mdd) en 2016 a 3 mil 400 mdd en 2017 para disuadir a Rusia de más agresión en Europa, calificándola de principal amenaza a la seguridad de Estados Unidos (NYT 1/2/16). ¿Extraña entonces que ante tal campaña el primer ministro ruso Dimitry Medvedev preguntara en la Conferencia de Seguridad de Munich ¿estamos en 2016 o en 1962?, cuando estalló la crisis de los cohetes, uno de los peores episodios de la guerra fría?
Y no es para menos. Vivimos en una nueva guerra fría, más peligrosa que la anterior, con bases militares y el Sistema Nacional Anti-Balístico de Estados Unidos (SNA) desplegados en países vecinos rodeando a Rusia. Desde Europa en 2014, año del putsch de febrero en Ucrania contra el gobierno legítimo de Victor Yanukovich articulado por la CIA y la USAID, Obama dijo que la OTAN estaría en Estonia, Latvia y Lituania. Estados Unidos entró a Kiev con todo: DoD, FMI y Banco Mundial. El resultado fue la instauración de un régimen títere de corte nazi-fascista lanzado a una guerra de agresión contra sus propios ciudadanos en Donbass.
Stephen F. Cohen, profesor emérito de política y estudios rusos en Princeton y la Universidad de Nueva York, entre los más destacados estudiosos de Estados Unidos de la historia rusa, desde los años 90 advirtió sobre el tipo de crisis de guerra fría que finalmente estalló con el golpe contra Yanukovich. En entrevista con Patrick L Smith (Salon, 16/4/15) advirtió que lo ocurrido en Ucrania “claramente nos lanzó no sólo a una nueva o renovada guerra fría, sino a una situación que probablemente va a ser más peligrosa que lo ocurrido en el pasado”. Ello por tres razones de peso: primero, dice Cohen, porque el epicentro de la crisis no está en Berlín, sino en Ucrania, en la frontera con Rusia, dentro de su civilización: eso es peligroso. Segundo porque a lo largo de 40 años de guerra fría se establecieron reglas de comportamiento, reconociéndose de manera explícita o implícita límites (líneas rojas) y líneas telefónicas rojas (red hotline) en caso de emergencias nucleares. Ahora no hay reglas. Lo vemos a diario, no hay reglas en lado alguno. Y tercero, algo que irrita a Cohen: que esta vez en Estados Unidos “no existe una oposición significativa ante esta nueva guerra fría, mientras que en el pasado siempre existió; aún en la Casa Blanca uno siempre podía encontrar alguien con una opinión distinta, y ciertamente en el Departamento de Estado o en el Congreso”. “Los medios estaban abiertos al debate, el New York Times, el Washington Post. No más. Todos aplauden al unísono, toda la prensa, todas las cadenas” (Ibid).
Y eso es peligroso: en el clima de guerra una de las primeras víctimas es el ejercicio profesional del periodismo, cuando más se necesita: por ejemplo en momentos en que debe debatirse lo que Viktor Kremeniuk del Instituto sobre Estados Unidos y Canadá de la Academia de Ciencias de Rusia llama la revitalización del complejo militar-industrial de Estados Unidos, tratándose de una “restauración del modelo de desarrollo social, económico, político existente en Estados Unidos después de la segunda guerra mundial y a lo largo de la guerra fría”, un modelo afectado luego del colapso de la URSS por su falta de enemigo externo, a lo que es necesario agregar su enorme consumo de petróleo y del resto de recursos renovables y no-renovables.
Con las respuestas rusas al golpe en Ucrania, al despliegue del SNA, de bases y todavía de más equipo y tropa en su frontera, presentadas por la propaganda al público como agresiones que colocan a Moscú en papel deamenaza global, la OTAN realizaráejercicios bélicos que asumen una invasión rusa a Polonia o las naciones bálticas. ¿Cómo reaccionaría Estados Unidos si Rusia hiciera igual en Chihuahua o Alberta?
El Japan Times en su edición del 7 de febrero informa que el ministro de defensa de Lituania (J. Olekas) abiertamente describe a Rusia como una amenaza mientras muchos países de la OTAN se preocupan de no provocar a su principal fuente de energía. En todo caso, como dijo Putin al Corriere della Sera en julio pasado, un ataque ruso a la OTAN sería una locura: pienso que sólo una persona enferma y sólo en un sueño puede imaginar que de pronto Rusia atacaría a la OTAN. Algunos países sólo toman ventaja de temores sobre Rusia. Piensan en alguna ventaja militar, económica, financiera u otra ayuda. Agregó que Estados Unidos parece estar en busca de una amenaza externa hipotética para mantener su liderato en la comunidad de la OTAN.

jueves, 4 de febrero de 2016

Bullying a ciencia, arte y humanidad
John Saxe-Fernández La Jornada a Jueves 4 de Febrero de 2016.
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a dominación vía la proyección de fuerza policial-militar, para-militar y de espionaje, no es suficiente para el ejercicio hegemónico. Si de la proyección de dominio Estados Unidos tiene en exceso, es aguda la debacle de su liderato moral e intelectual, el otro puntal esencial para llevar la batuta mundial y afrontar los grandes retos del siglo XXI: el colapso climático antropogénico (CCA) en curso, la hipermilitarización doméstica e internacional de Estados Unidos y la financiarización de la economía, con su cauda de desigualdad extrema, pobreza, descomposición y polarización, en centro y periferia capitalista. Ante estos retos hay carencias estructurales inherentes, por los límites planetarios a una acumulación capitalista centrada en la expansión para el aumento perpetuo de la ganancia, por lo que preocupan los síntomas de deterioro y de acoso de corte inquisitorial (bullying), contra ciencia, arte y humanidad.
Los límites del régimen político/electoral de Estados Unidos, de presencia patente (y patética) en París, no sólo impidieron a esa potencia ofrecer alternativas reales para frenar y mantener en niveles no-catastróficos el CCA, condición sine qua non para el consenso mundial, sino que fungió como obstáculo mayor a un acuerdo vinculante y efectivo ante lo que, junto a una guerra nuclear, representa el riesgo mayor antropogénico que enfrenta la biota global. En ese contexto están fuera de lugar el regaño del secretario de Estado de Estados Unidos a James Hansen por criticar la COP21, o el del primer ministro (PM) de Canadá, Justin Trudeau, exigiendo a Leonardo DiCaprio detener su inflamada retórica ambientalista por su repudio a la codicia corporativa en la explotación de arenas bituminosas en Alberta. Hansen acertó porque los compromisos voluntarios en materia de emisiones de gases con efecto invernadero (GEI) se quedaron cortos de mecanismos concretos y lejos de la meta.
Si bien celebro el ascenso de Trudeau, que tome nota de la gran toxicidad de ese tipo de explotación y sus efectos sobre la salud de la población, además de la devastación de flora y fauna y de los efectos atmosféricos y climáticos, todo bien analizado por Tony Clarke (Tar Sands Showdown, 2015). Esas arenas deben quedar bajo tierra. De otra manera (Hansen dixitacaba todo para el planeta. En esto DiCaprio acertó.
En Estados Unidos el bullying a la ciencia climática y a la comunidad científica en general, a las humanidades y las artes cinematográficas, realizado por grupos y organismos negacionistas del CCA, cuenta con apoyos institucionales y financieros de las industrias y negocios de los combustibles fósiles. Un estudio sistemático del fenómeno, además de incluir los donativos –ahora ilimitados– a las campañas presidenciales y de senadores y diputados federales, estatales, así como a gobiernos locales, detectó la presencia abierta y encubierta del big oil. Las investigaciones sobre las fuerzas que sostienen al negacionismo y sus movimientos organizados, institutos de investigación (think tanks), cabildos de las industrias involucradas y centros como el American Enterprise Institute, la Fundación Heritage y el Instituto Cato, incluyen a fundaciones conservadoras y fondos secretos. Estudios más recientes (R.J.Brulle, 2013) analizan el universo más amplio del negacionismo, con financiamiento estimado en poco más de 900 millones de dólares anuales.
El negacionismo es más que un riesgo a la humanidad. Opera con sigilo en legislaturas estatales, el Congreso y en los pasillos del uno por ciento. Su sesgo inquisidor lo ejemplificó el físico teórico Lawrence Krauss: en valioso texto publicado por el Bulletin of the Atomic Scientists (23/7/14) narra que diputados republicanos promovieron enmiendas a la Ley de Presupuesto en Energía. Recortaron fondos a las energías renovables, al transporte sustentable y a la eficiencia energética más grave, dice Krauss, sus enmiendas prohiben a científicos del Departamento de Energía (DE) realizar investigaciones sobre los posibles impactos del cambio climático. Una enmienda de J. Langford, de Oklahoma, prohíbe la aplicación de cualquier orden ejecutiva sobre el precio del carbón o que el DE estudie los beneficios de las leyes que restringen las emisiones de CO2. Paul Gozar, de Arizona, propuso prohibir al DE el desarrollo de mejoras al programa de modelos climáticos, con frecuencia criticados por los negacionistas. Una tercera enmienda republicana impediría al DE actividades de apoyo a la elaboración de la Evaluación Climática Nacional –de EU– y al Informe del IPCC de la ONU. Lawrence Krauss pregunta a los negacionistas: si fingimos que el cambio climático antropogénico no está ocurriendo, ¿desaparecerá?
El reto no es asunto menor. La ciencia social debe visibilizar al público y a las cortes, las bases financieras y corporativas que alientan la institucionalización del atraso de más de 20 años en el recorte a los GEI: la COP 21 fue otra zancada del big oil hacia el abismo climático.