La Jornada.
México 19 de febrero de 2004.
El "bilateralismo intensivo" puesto en práctica por Washington en México desde principios de la década de 1980, fue un ingrediente fundamental en lo que se formalizó como Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). El fenómeno incluye aspectos históricos, geoestratégicos y aquellos vinculados con los mecanismos de "integración" auspiciados mediante la instauración de un régimen acreedor desde principios de los años 80. Sin embargo, la actual e inusitada insistencia de Carlos Salinas en la promoción de la fracasada política de "reformas estructurales" y privatizaciones auspiciada por el Banco Mundial, lamentablemente adoptada como suya por Vicente Fox, y que ha devastado al sistema bancario, la economía popular y al aparato productivo nacional, muestra la conveniencia de escudriñar brevemente algunos factores coyunturales presentes en la etiología del TLCAN.
Como he indicado en otra oportunidad, aunque Salinas había mostrado escepticismo en torno a un TLCAN (aseguraba que las asimetrías entre las dos economías no hacían deseable entrar en ese tipo de arreglos), en febrero de 1990 dio a The Wall Street Journal una de las noticias más trascendentales de su sexenio: el inicio de pláticas "secretas" con Estados Unidos tendientes a suscribir el TLCAN. El abrupto cambio de opinión amerita atención porque indica la existencia de poderosos instrumentos a disposición del aparato político y de inteligencia estadunidenses para el ejercicio del "bilateralismo intensivo".
En su oportunidad, la periodista Dolia Estévez informó desde Washington que, según Jack Sweeney, de la Fundación Heritage, Bush padre logró "convencer" a Salinas de aceptar los términos del TLCAN con base en el chantaje derivado de informes generados por el aparato de inteligencia en torno al narcotráfico y a la corrupción de la cúpula política. A cambio del tratado, Bush ofreció que le permitiría seguir siendo presidente por medio de una narcoamnistía. Ello convenció a Salinas de las bondades del TLCAN.
Fuentes oficiales de Estados Unidos indican que en 1990, cuando el ex presidente informó a Bush que "siempre sí" quería el TLCAN, "la Casa Blanca ordenó a todas sus agencias y a sus correligionarios en el Congreso guardar en el baúl de los olvidos los temas del narcotráfico y la corrupción". "Washington -dice Sweeney- es cómplice y responsable del aumento del narcotráfico y la corrupción en México, porque se hizo de la vista gorda". Citando otras fuentes, la prensa mexicana informó el 21 de mayo de 1995 que "el narcotráfico, que penetró a niveles nunca vistos en la economía y política mexicanas en el sexenio salinista, fue posible gracias a la complicidad del gobierno republicano que buscaba sacar adelante el Tratado de Libre Comercio (TLC)". La "negociación" secreta incluyó el uso de información privilegiada generada del espionaje telefónico y microfónico, rutinariamente realizado en México por órganos estadunidenses, acerca de las vulnerabilidades del liderato local, aunque también es un arma de doble filo que refleja la corrupción del Poder Ejecutivo de Estados Unidos, como indican indagaciones de Jack Blum, ex jefe de asesores del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de la nación norteña, quien ha estudiado la corrupción y el lavado de dinero, y además dirigió las investigaciones sobre este asunto.
Blum ha demostrado las vinculaciones entre la CIA, el narcotráfico y el bajo mundo. "Durante el gobierno de Bush", dice Blum, "la Casa Blanca estaba convencida de que si la opinión pública estadunidense se daba cuenta que en México las drogas y la corrupción iban en aumento, el TLC jamás se ratificaría... nadie podía decir nada en voz alta porque se iría contra la política oficial".
Un estudio de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) intitulado La economía política del comercio de las drogas -elaborado por James Moody, jefe de la Sección Drogas de la División sobre Crimen Organizado y hecho público en México el 9 de mayo de 1995- indica que desde el gobierno de Salinas se puso en marcha un conjunto de incentivos para atraer capital extranjero. Uno de ellos -dice el documento- "es la venta de empresas paraestatales a inversionistas privados, empresas que consisten en importantes instituciones financieras, fábricas y negocios industriales y de servicios de vanguardia con valor de miles de millones de dólares". En ese programa de privatización "hubo corrupción y operaciones de lavado de dinero que involucran a influyentes financieros mexicanos... empresas paraestatales en proceso de privatización fueron compradas por organizaciones de narcotraficantes".
La aplicación del "bilateralismo intensivo" por medio de la acción de instrumentos de proyección de poder estadunidense como el Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Banco Interamericano de Desarrollo, el Tesoro y los relativos al área policiaco-militar y de inteligencia, prepararon un terreno tan favorable a los negociadores estadunidenses del TLCAN que naturalmente ahora Washington desea ampliar al resto del continente latinoamericano, por la vía del ALCA, versión plus de las concesiones hechas por Salinas en favor del alto empresariado extranjero.