La Jornada.
México 26 de junio de 2003.
Uno habría pensado que la boa estaría satisfecha y deseosa del reposo necesario para una buena digestión. Pero no es así. Aparentemente la absorción económica de México y Canadá mediante el TLCAN y la ocupación militar de Irak no agotan los apetitos -ni satisfacen plenamente las necesidades- de esa depredadora fracción del alto capital que respalda, impulsa y se beneficia del gobierno de Bush y su peligroso unilateralismo agresivo en materia comercial y militar.
Una de las manifestaciones que más directamente afecta a los pueblos latinoamericanos está contenida precisamente en La estrategia de seguridad nacional del gobierno de Bush, publicada el 20 de septiembre de 2002. Como se sabe, esa estrategia promueve y justifica la política de intervención y de ataque militar unilateral al margen del derecho internacional y de la ONU, vinculando además, de manera ominosa y a la usanza de Teddy Roosevelt, los aspectos económicos con los de seguridad, según recuerda W. Finnegan (Harper's, mayo 2003).
Una de las manifestaciones que más directamente afecta a los pueblos latinoamericanos está contenida precisamente en La estrategia de seguridad nacional del gobierno de Bush, publicada el 20 de septiembre de 2002. Como se sabe, esa estrategia promueve y justifica la política de intervención y de ataque militar unilateral al margen del derecho internacional y de la ONU, vinculando además, de manera ominosa y a la usanza de Teddy Roosevelt, los aspectos económicos con los de seguridad, según recuerda W. Finnegan (Harper's, mayo 2003).
La "estrategia" considera como parte nodal de la "seguridad nacional" la desregulación, las privatizaciones, el aperturismo comercial y la inversión, la movilidad irrestricta del capital y la disminución impositiva para los sectores de altos ingresos, así como las corporaciones trasnacionales. Los puntos claves, algunos contenidos en el TLCAN, ahora intensificados y ampliados -siempre en favor del empresariado extranjero y sus socios locales-, incluyen la eliminación de los controles nacionales a la inversión extranjera, el fortalecimiento y formalización de los derechos de los inversionistas -paralelamente con debilitamiento de los del consumidor-, la eliminación de tarifas, la eliminación de los controles al capital, el establecimiento de cortes internacionales de comercio "secretas", lo que permite a las trasnacionales realizar juicios contra los gobiernos nacionales en materia de leyes laborales, de salud o ambientales, que de alguna manera afecten negativamente -o interfieran- en el logro de las tasas de ganancias que esperan. Estos son algunos de los puntos centrales del ALCA, promovido por el alto empresariado e impulsado como parte de su estrategia de seguridad nacional por el gobierno de Bush. En el documento antes mencionado, el gobierno plantea haber hallado una "estrategia única, un modelo sustentable para lograr el éxito nacional", es decir, el Consenso de Washington. No existe otra alternativa según la doctrina de Bush. El argumento plantea una visión mesiánica que impulsa el papel de Estados Unidos para guiar al mundo. El texto dice: "Trabajaremos activamente para llevar la esperanza de la democracia, el desarrollo, los mercados libres y el comercio libre a todos los rincones del mundo". Se incluyen aspectos muy específicos como "la reducción de impuestos marginales" y "políticas legales y regulatorias prodesarrollo" (verbigracia, el debilitamiento o flexibilización de las leyes laborales y ambientales) que todo país "debe" adoptar. El fundamentalismo de mercado se explicita así en el documento: "El concepto de librecambio surge como un principio moral aún antes de que se convierta en el pilar de la economía... Esta es la libertad real, la libertad de una persona -o de una nación- de ganarse la vida".
Finnegan acierta en que el librecambio es, en la visión mesiánica de la Casa Blanca, la libertad real, dejando en otros niveles la libertad de expresión, de una prensa libre, la libertad religiosa o las libertades civiles, no muy apreciadas por el equipo de trabajo de Bush, que hoy se apresta a establecer una "unidad de ejecuciones" en la base de Guantánamo, Cuba. Pero, más allá de este dogmatismo, lo interesante es que, en contraste con lo que dice este concepto triunfalista, está lo que hace el gobierno estadunidense en materia de libre comercio. Ya el fracaso de los recetarios económicos contenidos en el Consenso de Washington ha sido monumental del Bravo a la Patagonia. Baste recordar la catástrofe humana y social que acarrea a la población latinoamericana. El documento pregona que el librecambio es bueno para los países ricos y pobres, pero desde luego queda claro que los países ricos no se rigen por esos parámetros doctrinales. Washington practica el unilateralismo agresivo, no sólo militar, sino comercial. Las medidas adoptadas por Bush en materia de tarifas selectivas para proteger la industria acerera o el incremento de los subsidios a su sector agrícola y aeroespacial, o la promoción de sus transgénicos, son sólo algunas de las más recientes acciones de proteccionismo y de nacionalismo económico. La receta amalgama el fundamentalismo de mercado con la "seguridad nacional". Es una proeza goebbeliana de un régimen que prioriza, como pocos en la historia de Estados Unidos, la mano visible del Pentágono y favorece con descaro a los monopolios que forman parte del primer círculo de la Casa Blanca. Tanta gula puede causar indigestión a la boa constrictor.