La Jornada.
México, 22 de enero de 2002.
Aunque la tendencia se observa desde hace varias décadas y se agudiza en los años noventa del siglo pasado, es durante el gobierno de George W. Bush que se percibe de manera más contundente la consolidación de la unilateralidad y el uso de una diplomacia de fuerza como característica dominante de la política exterior de Estados Unidos. Las ramificaciones de este cambio, así como sus fundamentos causales y consecuencias político-estratégicas, son amplias y complejas. La frecuente utilización de instrumentos militares y de inteligencia es uno de sus derivados, por lo que es necesario prestar atención a los cambios en las relaciones cívico-militares del sistema político de Estados Unidos, tema que adquiere peso después de los atentados de septiembre pasado, con repercusiones internas de orden constitucional relacionado con los derechos y libertades civiles y los equilibrios entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Su impacto en las relaciones hemisféricas y globales es considerable.
Este gobierno republicano, de corte ultraderechista, abandona de manera radical dos pilares de la estrategia de la pax americana, utilizados después de la Segunda Guerra Mundial: uno, la diplomacia basada en el uso preponderante de instrumentos multilaterales, como la ONU, hegemonizados por las cinco naciones vencedoras, lideradas por Estados Unidos; y el otro, la "civilidad estratégica" en torno a las otras potencias poseedoras de armamento termonuclear y de cohetería balística intercontinental, centrada en el Tratado Antibalístico de 1972 (ABM), en las convenciones sobre armamento químico y biológico y en la disuasión; es decir, en la balanza de terror fundada en la credibilidad tecnológica de las capacidades mutuas de respuesta aniquilatoria en caso de un primer ataque sorpresivo.
Desde una perspectiva histórica, estos cambios dramáticos son síntomas de una crisis estructural que se desencadena desde la década de 1970, y que por ahora y en primera instancia me atrevería a categorizar como una "crisis de sucesión hegemónica". Ello significa, primero, que aunque tengamos hegemón para rato, existen retadores actuales o potenciales con suficiente sustancia económico-monetaria, política y bélico-industrial; segundo, que se trata de procesos cuyo desenvolvimiento histórico es muy extenso. La transición de la pax británica, después de Waterloo, a la pax americana después de la Segunda Guerra Mundial, tomó más: 120 años. Y tercero, que, como lo muestra la historia del periodo posrenacentista, la guerra entre las potencias ha sido el árbitro último de todas y cada una de las sucesiones hegemónicas, lo que significa reflexionar sobre este proceso en un mundo en el cual existen armamentos de destrucción masiva en un estado de proliferación, así como vastas estructuras balísticas capaces de alcanzar con este tipo de armamento cualquier rincón de la Tierra en lapsos que oscilan entre ocho y 25 minutos. Un medio ambiente en el que, como advirtió el Defense Board desde 1998 ante el Departamento de Defensa (DD), la adopción de estrategias no convencionales fácilmente puede neutralizar las asimetrías tecnológicas y de poder. En septiembre pasado se confirmó ese diagnóstico: es un mundo en el que todos estamos al alcance de todos.
El uso de la fuerza y de la unilateralidad del gobierno de Bush están ampliamente establecidos. La acumulación de operaciones en esta dirección es un signo ominoso de lo que sigue: el retiro del Protocolo de Kyoto; la decisión de apuntalar a la industria aeroespacial por medio de la promoción y construcción de un sistema nacional antibalístico, con el consiguiente abandono del ABM; el boicot contra la Convención de Armas Químicas y Biológicas efectuada a principios de diciembre de 2001; el bombardeo contra Afganistán, al margen del derecho internacional, y el rechazo a la Corte Penal Internacional. En lugar de establecer un espacio universal para tratar crímenes de guerra y contra la humanidad, englobando al terrorismo, incluso cuando éste es parte de una política de Estado, Bush asume poderes dictatoriales por la vía de un decreto que instaura tribunales militares secretos con una autoconferida autorización de operar unilateralmente de manera extraterritorial. Los primeros indicios documentales y oficiales de que esa unilateralidad y abandono de la civilidad estratégica están vinculados a la mencionada crisis de sucesión hegemónica aparecieron a principios de 1992, cuando el New York Times publicó en la primera página de su edición del 8 de marzo un documento del DD, por aquel entonces a cargo de Dick Cheney, el actual vicepresidente, y de Paul D. Wolfowitz, quien ocupaba el cargo de subsecretario de Política del Pentágono. Según el DD, el meollo de la estrategia después del colapso de la URSS consiste en "asegurarse de que no se permita el surgimiento de otra superpotencia rival en Europa occidental, en Asia o en el territorio de la ex URSS". El gobierno de Bush padre en varias ocasiones informó al público su disposición para funcionar en el marco de instancias multilaterales, la ONU y los organismos internacionales de comercio entre ellas, "pero se reservaba la opción de actuar unilateralmente o bien por medio de coaliciones selectivas... para proteger los intereses vitales de Estados Unidos".